Conferencias y Discursos


Su Eminencia Rvdma. Policarpo Stavrópoulos

Arzobispo-Metropolita Ortodoxo de España y Portugal

y Exarca del Mar Mediterráneo

Presidente de la Asamblea Episcopal Ortodoxa de España y Portugal


“Ortodoxia y Diálogo Inter-religioso”

(Madrid, Colegio San Agustín, 2 de marzo de 2008)

 

Reverendísimos Padres y Pastores, queridos hermanos y hermanas:

                 Con gran alegría participo en las XI Jornadas Agustinianas con el tema: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; Diálogo Ecuménico e Inter-religioso”, con ocasión del 525° aniversario del nacimiento de Martín Lutero, para hablaros sobre el importante argumento: “Ortodoxia y Diálogo Inter-religioso”. Como es conocido represento a la Santa Iglesia Ortodoxa y especialmente al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que es la Madre Iglesia y la Iglesia Primada de todo el mundo cristiano ortodoxo. Hablaré más bien sobre el tema: “Patriarcado Ecuménico y Diálogo Inter-religioso”, visto que la Gran Iglesia de Constantinopla es la que ha desarrollado mejor y promueve fervorosamente este diálogo. Y es obvio que este diálogo concierne bastante a nuestros comunes hermanos: el Islam y el Judaísmo. Los cristianos ortodoxos convivimos desde hace muchos siglos en los países del Medio Oriente, de la Península Balcánica y de Asia Central con los musulmanes principalmente, pero también con los judíos. Esto les ha permitido a los fieles miembros de las tres religiones abrahámicas conocerse recíprocamente, al menos a nivel elemental. Naturalmente los conocimientos que tiene el ciudadano medio sobre la religión de los próximos no están claros, porque el hombre medio no conoce en el fondo ni siquiera su misma religión. Pero el hombre fue enriquecido por su Creador con la capacidad de la palabra, del logos y la palabra sin diálogo cumple sólo la mitad de su misión.

El Patriarcado Ecuménico, teniendo a la vista que el diálogo, el sereno y correcto, constituye la piedra fundamental para la pacífica convivencia de todos los hombres ha inaugurado una serie de diálogos con nuestros hermanos musulmanes y judíos, que son llamados “diálogos académicos”, porque diálogo teológico existe entre los cristianos y no con los no cristianos.

La necesidad del diálogo como método de solucionar los contrastes y los problemas inter-humanos en cada sector de la vida humana ha constituido la evidente situación actual de la humanidad. El desarrollo de los medios de comunicación y los medios de movimiento de los hombres como también la inmigración masiva de hombres de una religión a las tierras habitadas por hombres de otra religión ha constituido en la base de las poblaciones de facto una situación de convivencia y un primer diálogo inmediato. De este modo este diálogo oficioso a nivel personal entre los pertenecientes a estas tres grandes religiones de una parte y los encuentros internacionales de alto nivel de otra parte han preparado los espíritus para otro diálogo oficial a nivel de jefes espirituales y personalidades académicas de las religiones para la explicación de muchas cosas malentendidas, de modo que la diversidad religiosa no se convierte en obstáculo a la pacífica convivencia y la pacífica colaboración.

El diálogo es consecuencia de la conversación, de la igualdad y consideración recíproca entre los dialogantes. Cuando no existe la igualdad la palabra, el logos, se convierte en mando si es pronunciada por el superior al inferior o en súplica, alabanza o halago cuando quien lo pronuncia es el inferior al superior. Cuando la relación por la palabra entre los comunicantes es relación de contraste, la palabra se convierte en anti logos. En este caso se trata de una lucha espiritual con el objetivo de una victoria lógica del uno sobre el otro, y en este caso no ha servido para nada el diálogo. Cuando quien se dirige a otro no desea recibir nada por ello, sólo hablar, entonces se encuentra ante un monólogo. El verdadero diálogo es un regalo de Dios al hombre. El mismo Dios dialoga continuamente con el hombre. La misma historia de la salvación es como un continuo diálogo entre Dios y hombre, dice San Juan Crisóstomo, Arzobispo de Constantinopla. Dios habla por sus profetas, sus apóstoles y sus criaturas. Los cielos cantan la gloria de Dios, grita el sagrado salmista y feliz es el que puede escuchar y comprender las palabras silenciosas de los seres. El diálogo, que es tan útil hasta ser usado por el mismo Dios dirigiéndose de muchos modos al hombre y escuchándole éstos se dirigen a Él con la oración, es muy necesario y útil para las relaciones interhumanas. La vida sería imposible sin el diálogo. Con el diálogo la madre se comunica con sus hijos, los instruye, participa en su alegría y en su dolor, los consuela, los corrige, escucha sus dificultades y los ayuda a su camino hacia la madurez. Con el diálogo el maestro cultiva el conocimiento, el predicador de la fe catequiza, soluciona las dudas, recibe los pensamientos, edifica al fiel. El diálogo promueve la ciencia, abre horizontes, transmite sentimientos, cambia las posiciones, revela verdades, refuerza enlaces, valoriza al hombre. La palabra, el logos es justificada cuando tiene respuesta y la respuesta a la palabra es el diálogo. La palabra de Dios y la palabra de los hombres que responden a ella, constituye un bonito prototipo de diálogo. Quien rechaza el diálogo permanece para siempre espiritualmente pobre. Tiene la falsa sensación de la autosuficiencia o el miedo de la inseguridad. Sólo mira con sus ojos y rechaza enriquecerse con lo que han visto los ojos de los otros. Sólo escucha con sus oídos y rechaza escuchar lo que han escuchado los oídos de los otros. Si empieza a caminar en una calle equivocada, no cambia de dirección porque no habla con quien puede indicarle la justa. El diálogo es útil y seguro porque no anula la responsabilidad de la decisión de cada uno de los dialogantes. El diálogo no pone en peligro la percepción del dialogante para no cambiar contra su voluntad, si no cuando él mismo se sienta más iluminado.

El verdadero diálogo crea la búsqueda más profunda y el comportamiento amigable, que conducen al cese de la controversia. El gran poeta árabe Jalaluntín Rumí, hace siglos escribió en su poema “La disputa religiosa”: “Los ciegos religiosos permanecen en la duda, mientras que los que se reconocen en una y en otra parte quedan firmes en sus posiciones. Cada parte está contenta con la propia calle. Sólo el amor puede parar su disputa. El amor viene como ayuda cuando pides ayuda contra sus posiciones”. Y el amor nace del diálogo. No se pueden enamorar dos personas que, encontrándose, no dialogan.

El Patriarcado Ecuménico teniendo a la vista que el diálogo entre los fieles de las varias religiones y sobretodo de las tres religiones abrahámicas monoteístas, no tiene dudas de lo útil y necesario, especialmente en los tiempos  apocalípticos en que vivimos, se ha puesto a trabajar promoviendo el diálogo inter-religioso de cuatro modos: 1). Por los diálogos llamados “académicos” con el Islam y el Judaísmo. 2). Con la organización de congresos inter-religiosos internacionales comunes, cristianos, musulmanes, hebreos. 3). Con la organización de congresos inter-religiosos internacionales ecológicos. 4). Participando calurosamente en cada actividad internacional inter-religiosa organizada por un tercero. En este ámbito no deben ser olvidadas las visitas oficiales de Su Santidad el Patriarca Ecuménico en países, por ejemplo, mayoritariamente islámicos o en Organizaciones Internacionales hebreas.

A. Por cuanto concierne a los encuentros académicos entre Ortodoxia e Islam han sido organizados hasta ahora once (11) encuentros:

1. “Autoridad y religión en la tradición de las dos religiones y en la realidad actual”, Ginebra, noviembre de 1986;

2. “Modelos de coexistencia histórica entre cristianos y musulmanes y perspectivas futuras”, Amman, noviembre de 1987;

3. “Paz y justicia en la tradición de las dos religiones monoteístas”, Ginebra, diciembre de 1988;

4. “El pluralismo religioso”, Constantinopla, septiembre de 1989;

5. “Los jóvenes y los principios de la moderación”, Amman, julio de 1993;

6. “La educación para la comprensión y la colaboración”, Atenas, septiembre de 1994.

7. “El sistema educativo en el Islam y en el Cristianismo”, Amman, junio de 1996;

8. “Perspectivas de colaboración entre cristianos y musulmanes en la víspera del siglo nuevo”, Constantinopla, junio de 1997;

9. “Musulmanes y cristianos en la sociedad moderna; imágenes de los otros y la importancia de los derechos civiles comunes”, Amman, noviembre de 1998;

10. “Principios de coexistencia pacífica”, Bahréin, octubre de 2002;

11. “El fenómeno de la globalización y secularización en la humanidad moderna”, Atenas, noviembre de 2006.

B. Los temas de los “encuentros académicos” entre cristianos ortodoxos y judíos han sido:

1. “La Ley en la percepción cristiana ortodoxa y judía”, Lucerna (Suiza), marzo de 1977;

2. “Tradición y comunidad en el Judaísmo y en la Iglesia Ortodoxa”, Bucarest (Rumanía), octubre de 1979;

3. “Continuidad y renovación”, Atenas, marzo de 1993;

4. “Encuentro de la Ortodoxia y del Judaísmo con la modernidad”, Israel, diciembre de 1998;

5. “Fidelidad a nuestras raíces: compromiso común por la paz y la justicia”, Tesalónica, junio de 2003.

C. Los Encuentros inter-religiosos e internacionales comunes (cristianos, musulmanes y hebreos) tenían como temas:

1. “Paz y tolerancia”, Constantinopla, junio de 1994. Este Congreso ha quedado en la historia como la “Declaración común del Bósforo”, según la cual “cada crimen cometido en nombre de la religión constituye un crimen contra la religión”;

2. “La paz de Dios en el mundo”, Bruselas, diciembre de 2001;

3. “El espíritu olímpico y la religión”, Atenas, septiembre de 2004.

D. Congresos Inter-religiosos Ecológicos. Hasta ahora han sido organizados siete (7) Congresos internacionales ecológicos, bajo el título general: “Religión, Ciencia y Entorno natural”, todos de carácter inter-religioso. Estos congresos, organizados en común por el Patriarcado Ecuménico y la Comisión de la Unión Europea han tenido lugar todos en un barco y son los siguientes:

1. El 1995 relativo a la salvaguardia del Mar Egeo (Grecia, Turquía);

2. El 1997 relativo a la salvaguardia del Mar Negro (Bulgaria, Rumanía, Ucrania, Rusia, Georgia, Turquía);

3. El 1999 poco después de los bombardeos sobre Serbia el concerniente a la salvaguardia del Rio Danubio (Alemania, Austria, Hungría, Serbia, Bulgaria, Rumanía);

4. El 2002 relativo a la salvaguardia del Mar Adriático (Albania, Montenegro, Croacia, Eslovenia, Italia);

5. El 2003 relativo a la salvaguardia del Mar Báltico (Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia, Suecia);

6. El 2006 relativo a la salvaguardia del Rio Amazonas (Brasil);

7. El 2007 relativo a la salvaguardia del Polo Norte (Groenlandia).

E. Participación activa en cada iniciativa internacional inter-religiosa organizada por terceros.

Se trata de congresos organizados pos otras Iglesias, sean ortodoxas o heterodoxas, y grandes Organismos internacionales. Congresos de este tipo, con la activa participación del Patriarcado Ecuménico, han sido organizados en el curso de los últimos años por las Iglesias Ortodoxas de Rusia, Rumanía, Grecia y Chipre, de la Santa Sede (por ejemplo Asís, Italia, 2003), de la Comunidad de Sant’ Egidio (cada año en recuerdo de la primera convocatoria inter-religiosa de oración por la paz en 1986 en Asís con el Papa Juan Pablo II), del Movimiento de los Focolares, de Grandes Organismos Internacionales como la UNESCO, las Naciones Unidas, la Sociedad Mundial Islámica, la Unión Europea, el Organismo hebreo “Respeto y Tolerancia” de Nueva York etc., como también de muchos países como Estados Unidos de América, Rusia, Grecia, Italia, Francia y Kazajistán. Además en este ámbito hay que mencionar las visitas oficiales de Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomeo I a algunos Estados puramente islámicos: Bahréin, Qatar, Irán, Libia, Azerbaiyán, Kazajistán bajo invitación oficial de parte del Gobierno de estos estados. Durante esas visitas oficiales el Patriarca Ecuménico ha tenido muchas conferencias y conversaciones sobre el diálogo inter-religioso y son firmados acuerdos de colaboración común en cuanto concierne a los sectores de la cultura, educación, ecología y el estudio del fenómeno de la secularización. Principal tema de estos encuentros, congresos y visitas fue la paz con la contribución común de las religiones. Como también se ve por la temática de dichos encuentros académicos entre Ortodoxia e Islam y Ortodoxia y Judaísmo el objetivo principal es el conocimiento recíproco y la comprensión recíproca, fruto de los cuales es la desaparición de los prejuicios y de los malentendidos, que se basan en la ignorancia o el poco conocimiento. Se estudian temas relativos a la convivencia social y no de teología, pero sin descuidar los presupuestos teológicos percibidos por cada parte.

El ámbito de la religión a pesar de su absolutismo - que en gran medida se encuentra en cada fe religiosa - necesita del diálogo, porque el conocimiento de la otra religión ayuda a la comprensión mejor de la propia. La mejor comprensión de nuestra y las otras religiones nos ayuda a comprender mejor lo que Dios pregunta al hombre y lo que eventualmente de humano o de equivocado existe en nuestras percepciones. Naturalmente para un simple fiel hacer comparaciones de esto tipo es un trabajo muy difícil, porque no tiene ni los conocimientos adecuados ni el necesario discernimiento. Eso necesita un conocimiento especial sobre las religiones y sobre todo experiencia espiritual. Por tanto, de momento, los diálogos inter-religiosos se hacen entre los altos dirigentes de cada religión. De este modo se evita la sospecha, las conversaciones se mantienen a alto nivel y el miedo de abandono de algunos creyentes de la propia fe por influencia del interlocutor de la otra religión se evita. Decimos eso porque el simple fiel que tiene pocos conocimientos, además de no estar capacitado para participar en un diálogo inter-religioso, sospecha de cuantos participan dudando de su sinceridad o de su firmeza en la fe de la propia religión. Por tanto insistimos categóricamente que los diálogos inter-religiosos no se realizan para asociarse los unos a los miembros de la otra religión ni para convencerles que su fe es la más justa. Se realizan para dejar el odio, para alcanzar la comprensión recíproca y para dar la seguridad que ambos lados desean el respeto de la identidad propia, de la preferencia religiosa y de las raíces culturales de cada uno.

A una más profunda comprensión recíproca, que aleje los conflictos y establezca la paz social, la colaboración y el progreso, puede ayudar decisivamente el diálogo cuando no se una la fuerza y la imposición. Más diálogo significa más paz, más progreso, más felicidad. Más sincero diálogo significa más sabiduría y conocimiento que es más preciosa que la riqueza y la fuerza natural. Sobre todo, un diálogo cordial que se realiza con respeto a la persona y a la fe del otro, cultiva la amistad y la familiaridad y provoca aquella relación que permite alojar el amor que funciona como pacificador en todos los casos de provocaciones irritantes por cualquier motivo.

En el siglo XIV d.C. tuvo lugar un diálogo entre el gran teólogo místico cristiano, San Gregorio Palamás, Arzobispo de Tesalónica, e ilustres exponentes del Islam. Naturalmente, no se pusieron de acuerdo, pero uno de los representantes del Islam dijo que tiempo vendrá en que existirá entre los fieles de las dos religiones la comprensión recíproca. Con esta afirmación estuvo de acuerdo San Gregorio Palamás y deseó que este tiempo viniera pronto. Podemos desear hoy que este tiempo sea el tiempo de nuestros días. Deseamos y rogamos para que los diálogos ya empezados se vuelvan más amplios, la comprensión recíproca crezca de más en más, que reine la convivencia pacífica de todos los hombres independientemente de etnia, lengua, religión y otra diversidad y la colaboración pacífica dará como buen fruto el establecimiento de la paz que tanto desea Dios.

Os doy las gracias por vuestra atención y espero haber satisfecho vuestras esperanzas.



+ Metropolita Policarpo Stavropoulos

Arcivescovo Ortodosso di Spagna e Portogallo ed Esarca del Mare Mediterraneo

I SACRAMENTI DEL SANTO BATTESIMO  E DELLA SANTA CRESIMA NELLA CHIESA ORTODOSSA

(Barcelona, 1 dicembre 2008)

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Carissimi fratelli e sorelle in Cristo,

                 ringrazio di cuore la Delegazione per l’Ecumenismo e le Relazioni Interreligiose dell’Arcidiocesi di Barcelona per il fraterno invito di partecipare, sia come relatore che come moderatore, ai lavori del IV Simposio Internazionale Teologico Ecumenico di Barcelona intitolato: “Il Battesimo e la Cresima nelle Confessioni Cristiane”. Un speciale saluto fraterno al Presidente della Delegazione Mons. Jaume González-Agápito Granell, all’Eminentissimo e Reverendissimo Signor Cardinale Lluís Martínez Sistach, Arcivescovo-Metropolita di Barcelona e Gran Cancelliere della Facoltà Teologica di Catalonia e a tutti gli Eminentissimi, Eccellentissimi, Reverendissimi e Illustrissimi partecipanti a questo importante Convegno Internazionale, che ormai è divenuto una cosa istituzionale europea nel settore Teologico-Ecumenico.   

Il tema che mi è stato assegnato è: “Il Battesimo e la Cresima nella Chiesa Ortodossa”. Spero di rispondere alle Vostre attese.

1. Introduzione

“Professo un solo battesimo in remissione dei peccati”. Il decimo articolo del Simbolo della Fede ci introduce nel grande capitolo dei Santi Sacramenti della nostra Chiesa, dei quali il primo è il Battesimo.

I mezzi e i canali della Grazia sono i Sacramenti, cioè quelle sacre funzioni con le quali si trasmette all’uomo la Grazia Divina e la forza che lo purifica dal peccato, lo santifica e lo rende giusto davanti a Dio. Sacramenti, con il significato generale del termine, sono anche i sacri dogmi della Chiesa, quelle verità divine e soprannaturali, che restano incomprensibili e misteriose alla mente umana. E’ solo con la fede che l’uomo le rende proprietà della sua anima.

I Sacramenti sono istituiti da Dio e trasmettono all’uomo la Grazia dello Spirito Santo per rinnovarsi e salvarsi. La Grazia Divina si trasmette anche con la Parola di Dio, con la predicazione del Vangelo e la preghiera. Allora l’uomo si illumina e si rafforza nella lotta quotidiana, ma essa è una grazia parziale. La pienezza della Grazia, la Grazia Divina intera e perfetta, si trasmette con i Sacramenti, senza i quali non è possibile per l’uomo la salvezza.

La grazia dei Sacramenti, come l’intero culto cristiano, scorre dal sacrificio sulla Croce del Signore, come dice Sant’Atanasio d’Alessandria, e, particolarmente, dal costato trafitto con la lancia del Salvatore Crocifisso. Questo concetto è ribadito pure da San Cirillo di Gerusalemme e San Giovanni Crisostomo. Il Crisostomo collega esplicitamente l’acqua uscita dal costato del Crocifisso, con il Santo Battesimo e il sangue con la Divina Eucaristia (vd. Athanasios Fragopoulos, I mezzi della Grazia – I Sacramenti, ed. “Tre Gerarchi”, pp. 14-24). Infatti, nella Tradizione e nella prassi della Chiesa di Cristo non esiste una separazione tra Battesimo ed Eucaristia, che con la Santa Cresima costituiscono l’“iniziazione” cristiana chiamata unicamente Sacramento della Santa Illuminazione.

I Sacramenti sono queste forze divine con le quali la Chiesa purifica l’uomo dal peccato, lo libera dal peso della maledizione e della colpa, gli concede il perdono dei peccati, lo nutre spiritualmente e lo edifica nella vita santa dello Spirito. E poiché l’uomo è composto da due elementi, lo spirito e la materia, l’anima invisibile e il corpo visibile, anche i Santi Sacramenti hanno l’elemento invisibile e quello visibile. Invisibile è quello che non si vede, cioè la Grazia Divina, mentre visibile è ciò che si vede e sente l’uomo durante la celebrazione del Sacramento, come, ad esempio, nel Battesimo i dati visibili sono l’acqua, la triplice immersione e l’olio e nella Cresima l’unzione con il Santo Miro. Dunque, dentro le cose visibili e sensibili si nascondono quelle invisibili e soprannaturali, le divine e spirituali, la Grazia stessa che santifica, lo Spirito che illumina, salva e rinnova. Così le cose visibili e sensibili diventano i sacri canali della Grazia e della Forza Divina.

2. Il Sacramento del Battesimo

Il Santo Battesimo è il primo sacramento, senza il quale l’uomo non riceve la Grazia Divina e non diventa uomo di Dio, perciò è obbligatorio per ogni uomo e, particolarmente, per il cristiano. Con il Battesimo il cristiano rinasce una volta per sempre, perciò il sacramento non è ripetibile. E’ stato istituito dallo stesso Figlio di Dio “incarnato per noi uomini e per la nostra salvezza” Gesù Cristo. E’ stato istituito con “opere e parole”. Con le “opere” quando Egli stesso, anche se impeccabile, fu battezzato nel Giordano, mostrando a noi peccatori il modo e la necessità di essere battezzati. Con le “parole” quando ha dato l’ordine ai Suoi Santi Discepoli e Apostoli dopo la Sua Resurrezione: “Andate dunque e ammaestrate tutte le nazioni, battezzandole nel nome del Padre e del Figlio e dello Spirito Santo” (Mt 28, 19) e ancora: “Andate in tutto il mondo e predicate il vangelo ad ogni creatura. Chi crederà e sarà battezzato sarà salvato, ma chi non crederà sarà condannato” (Mc 16, 15-16). Il sacramento del Battesimo, dunque, l’ha istituito il Signore stesso, l’hanno praticato gli Apostoli e l’hanno trasmesso alla Chiesa che l’ha ricevuto e lo custodisce senza modifiche.

Come si amministra il Battesimo? Dopo che il futuro battezzato viene catechizzato, confesserà la vera fede e verrà unto con l’olio benedetto, viene battezzato, cioè immerso tre volte nell’acqua santificata della Santa Fonte “nel nome del Padre e del Figlio e dello Spirito Santo”, come ha ordinato il Signore. Qui bisogna dire che la parola greca “battezzo” (βαπτίζω), significa immergo totalmente dentro l’acqua. Questa immersione triplice, come ufficialmente viene detta e viene praticata durante il Santo Battesimo nella Chiesa Ortodossa, costituisce la più importante parte del sacramento.

Che cosa succede durante il Battesimo? Nel Santo Battesimo avviene una morte e una resurrezione, una nascita, o meglio una rinascita. In primo luogo una morte, perciò il battezzato deve essere immerso totalmente nell’acqua santificata della Santa Fonte. Questa immersione simbolizza la morte del vecchio uomo. Si mortifica, è sepolto nella Santa Fonte, muore l’uomo peccatore. La conseguenza del peccato originale fugge dall’uomo e viene cancellata, liberandolo dal dominio del peccato, nonostante che, dopo il Battesimo, rimanga l’inclinazione verso il male, dal momento che i Sacramenti non operano magicamente. Il battezzato deve lottare con le proprie forze e fare molti sforzi per conservate la sua rinascita battesimale. In ogni modo, dalla Santa Fonte e con la triplice immersione nell’acqua benedetta e santificata, il battezzato ne esce morto, per quanto riguarda il peccato, e rinato nella vita nuova, risuscitato nella vita di Cristo, figlio di Dio, fedele cristiano, membro del Regno di Dio, cioè della Chiesa di Cristo e, di conseguenza, erede del Regno celeste.

L’Apostolo delle Genti, San Paolo, mostra splendidamente la rinascita spirituale dell’uomo dopo il Battesimo, nel sesto capitolo della sua Epistola ai Romani, versetti 3-11, che costituiscono la lettura apostolica che si legge durante la celebrazione del Sacramento. Il vissuto del mistero della Croce e Resurrezione di Cristo, secondo i Santi Padri, è la trasfigurazione e la restaurazione dell’uomo con la partecipazione all’energia illuminatrice e divinizzatrice di Dio. Con il Santo Battesimo la mortalità e la corruttibilità vengono superate. Se la morte del male, la resurrezione del bene, la rinascita, l’adozione, la nuova vita spirituale sono i doni e le grazie del Battesimo, abbiamo tutti l’obbligo di vivere dopo il Sacramento puri e santi, senza nessuna macchia che oscuri la nostra illuminazione.

Il Battesimo si chiama anche ˝φώτισμα˝ (illuminazione), ˝λουτρόν παλιγγενεσίας˝ (bagno di rinascita), ˝μυστικόν λουτρόν˝ (bagno mistico), ˝λουτρόν σωτηρίας˝ (bagno di salvezza), ˝δωρ ζως αωνίου˝ (acqua di vita eterna), ecc. Si chiama “bagno di salvezza”, perché offre la purificazione dell’anima; “bagno di rinascita”, perché riporta l’uomo alla vita innocente paradisiaca prima della caduta, e “illuminazione”, perché l’uomo si illumina passando dalle tenebre del peccato alla luce di Cristo, diventa tutto luce e vita e risplende, in lui, la luce della vita divina. Perciò quanti progredivano nella catechesi ed erano pronti per ricevere il Battesimo si chiamavano, nell’epoca antica, ˝φωτιζόμενοι˝ (illuminati), nome che sentiamo ancora oggi durante il periodo della Santa e Grande Quaresima quando si celebra la Divina Liturgia dei Doni Presantificati.

3. Il Sacramento della Cresima

Il neo-illuminato uscendo dalla Santa Fonte battesimale, nella quale ha ricevuto “la beata purificazione”, riceve in seguito “la divina santificazione tramite la Cresima vivificante”, per usare le parole della preghiera speciale del Sacramento della Santa Cresima. Il sacerdote gli unge con il Santo Miro la fronte, la bocca, gli occhi, gli orecchi, il petto nella parte del cuore, le mani, i piedi e la spala. Nella Chiesa antica non si faceva così, ma “imponevano (gli Apostoli) le loro mani sulla testa (dei battezzati) e ricevevano lo Spirito Santo” (At 8, 17). Durante il 2° secolo abbiamo l’unzione dopo il Battesimo e l’abolizione della pratica liturgica della imposizione delle mani (vd. Georgios Filias, Il Sacramento della Cresima, in “Studi storico-teologici sul culto ortodosso”, ed. Grigoris, 2002, p. 47).

Dalla preghiera speciale della Santa Cresima si comprende che durante l’amministrazione del Sacramento succedono eventi prodigiosi, conseguenza della discesa dello Spirito Santo sul battezzato. Si realizza la profezia dell’Antico Testamento: “Dopo questo, io effonderò il mio spirito sopra ogni uomo” (Gl 3, 1). Succede una reale discesa dello Spirito Santo come esattamente è successo il giorno della Pentecoste: “A chi è stato santificato con la sacrissima cerimonia della divina nascita (battesimo), la unzione con il miro dona la illuminazione del divinissimo Spirito” (Dionigi Areopagita, Sulla gerarchia ecclesiastica, IV, 3, 11, introduzione – traduzione – annotazioni Ignatios Sakalis, ed. Pournaras, 1985, p. 103). Il Sacramento, e soprattutto la sua cattolicità per tutti i fedeli, viene sottolineata anche nella profezia di Isaia: “Il Signore degli eserciti preparerà su questo monte un banchetto di grasse vivande per tutti i popoli, un banchetto di vini eccellenti, di cibi succulenti, di vini raffinati. Egli strapperà su questo monte il velo che copriva la faccia di tutti i popoli e la coltre che copriva tutte le genti” (Is 25, 6-7). Il monte è la nuova Sion, la Chiesa, il banchetto dei cibi e vini è la Divina Eucaristia e con la Santa Cresima vengono strappati il “velo” e la “coltre”.

La preghiera della Santa Cresima la incontriamo nel più antico Euchologio manoscritto, il codice Barberino 336 del 8° secolo ed è la stessa che si trova nel Euchologio in uso odierno. Secondo la testimonianza del codice Barberino 336 l’unzione con il Santo Miro non si faceva subito dopo il Battesimo, ma dopo la investitura bianca e prima della solenne entrata nel tempio per partecipare alla Divina Liturgia battesimale e comunicare dei Misteri immacolati. Nella Chiesa antica – prassi che si conserva fin oggi nella Chiesa Ortodossa – esiste una inseparabile unità tra i tre Sacramenti: Battesimo, Cresima, Eucaristia. Tertilliano, riguardo l’inseparabile dei tre Sacramenti che introduco alla vita in Cristo, dice: “Sigilla l’acqua, investe lo Spirito Santo e completa l’Eucaristia” (De praescriptione haereticorum XL, 4 CCSL, vol. 1, p. 220).

Con il Santo Miro il cristiano diventa profeta, sacerdote e re (vd. Germano di Costantinopoli, P.G. 98, 385). “Diventa profeta perché vede i misteri che l’occhio non ha visto e l’orecchio non ha sentito; diventa sacerdote, perché deve offrire se stesso come un sacrificio vivente, santo e compiacente a Dio, e re perché diventa dominatore delle passioni, figlio di Dio Re dell’universo ed erede del Regno celeste” (Konstantinos Kallinikos, Il tempio cristiano e tutto ciò che si celebra in esso, Atene 1969, ed. n. 4, p. 396).

Secondo San Cirillo di Gerusalemme ricevendo la Santa Cresima veniamo chiamati cristiani: “Ricevendo la cresima, venite chiamati cristiani, verificando così la rinascita e il nome” (Catechesi mistagogiche 3, 5 P.G. 33, 1092). Dopo il Battesimo il vescovo o il presbitero unge con il Santo Miro il battezzato. Questa unzione non si chiama celebrazione del Sacramento, ma trasmissione, amministrazione. Appunto, perché non abbiamo in questo momento una propria celebrazione del Sacramento della Santa Cresima, ma una amministrazione del Santo Miro, durante la quale il celebrante trasmette i carismi, i doni dello Spirito Santo dicendo: “Sigillo del dono dello Spirito Santo. Amen”, frase che ripete per ogni membro unto del corpo. Poeticamente nell’Antico Testamento ciò si esprime con la bellissima frase: “Mettimi come sigillo sul tuo cuore” (Cantico dei Cantici 8, 6).  

Un altro modo per capire l’estrema importanza del Sacramento è di comprenderlo come una ordinazione: “Dopo che abbiamo ricevuto la nostra esistenza e nascita spirituale con il battesimo, è naturale acquistare anche l’adeguata energia e movimento. Questa energia e movimento la riceviamo con il sacramento del divinissimo miro. Infatti, il miro attiva le nostre energie spirituali, rafforzando a uno questa, all’altro quella e al terzo più numerose” (Nicola Cavasilas, Sulla vita in Cristo, cap. 3). Con altre parole, quando il battezzato esce dalla Santa Fonte, arriva l’ora della sua ordinazione. Riceve la grazia dello Spirito Santo, in modo di poter operare come laico, essere membro completo del popolo di Dio. “Tutte le ordinazioni nelle basilari strutturali funzioni della Chiesa (laicato, diaconato, presbiterato ed episcopato) prendono luogo dentro la Divina Eucaristia. Il Battesimo e la Cresima, che sono la “ordinazione” dei laici – perché il laico non è come di solito si crede uno non ordinato, ma quello che con il battesimo e la cresima diventa membro ordinario dell’assemblea eucaristica con tutti i diritti e doveri che ciò suggerisce – questi due sacramenti erano uniti con l’Eucaristia nella Chiesa antica e sono incomprensibili senza l’Eucaristia, come anche le ordinazioni” (Metropolita Ioannis di Pergamo, Eucaristia e Regno di Dio, parte III, in “Synaxis”, vol. 52, 1994, pp. 81-97).

Un’altra immagine patristica è quella della consacrazione del tempio: “Il miro perfeziona il battesimo e ci costituisce tempio della Trinità” (Opere di San Simeone di Salonicco, ed. B. Rigopoulos, p. 102). “Tutto l’uomo è divenuto ora tempio di Dio e tutta la sua vita diventa d’ora in poi una Liturgia… L’unico vero tempio di Dio è l’uomo e tramite l’uomo tutto il mondo… Lo Spirito Santo “ha toccato” tutte le cose, tutto il tempo e ha mostrato che tutto è un insieme di pietre preziose di un preziosissimo Tempio” (Protopresbitero Alexander Smeman, Per vivere il mondo, ed. Domos, 1987, p. 112).

Quando succedono la discesa dello Spirito e la ordinazione è evidente che l’uomo non riceve semplicemente un dono da parte dello Spirito Santo, ma lo stesso lo Spirito Santo nella Sua pienezza. “La novità e la unicità di questo Sacramento è che non deporre all’uomo qualche speciale dono dello Spirito Santo, ma lo stesso lo Spirito Santo come donazione… L’incomparabile unicità di questa personale Pentecoste è che riceviamo come donazione ciò che Cristo e solo Cristo possiede secondo natura… In questa Cresima/Unzione di Pentecoste, lo Spirito Santo scende su di noi e dimora dentro di noi come il dono personale di Cristo da parte del Suo Padre, come un dono della Sua vita, della Sua figliolanza e della Sua comunione con Suo Padre” (Protopresbitero Alexander Smeman, Da acqua e Spirito, ed. Domos, 1984, p. 112).

L’uomo è plasmato per possedere lo Spirito Santo. Un sacramento non basta funzionare tipicamente dentro la Chiesa; bisogna funzionare anche, e soprattutto, dentro le coscienze. L’Apostolo Paolo parla dei “frutti” dello Spirito Santo. Ma il frutto presuppone il seme. Quanti di noi ci sentiamo che abbiamo ricevuto, tramite la Santa Cresima, lo Spirito Santo come seme? E perché siamo plasmati per la santità, Dio ci ha offerto i presupposti necessari per diventare santi. Ci ha ordinato/consacrato con lo Spirito Santo. L’autentica nobiltà del cristiano si manifesta in tutta la sua maestosità quando adora Dio e vive dentro la Chiesa come uno ordinato/consacrato: con ringraziamento verso Dio suo padre e responsabilità verso la Chiesa sua madre.           

4. Il valore e l’importanza del Sacramento della Santa Illuminazione (Battesimo, Cresima, Eucaristia) per l’uomo moderno

In una società secolarizzata, nella quale il mondo, invece di essere regno di Dio, diventa regno del maligno e l’uomo, invece di essere abitazione di Dio Trino, diventa gioco dei demoni, il Sacramento della Santa Illuminazione aiuta fondamentalmente alla trasfigurazione dell’uomo e al rinnovamento del creato intero. I Sacramenti della “iniziazione cristiana” funzionano ecclesiologicamente, perché mirano all’ecclesializzazione dell’uomo e all’abolizione della secolarizzazione, di questa maledizione dell’essere umano odierno. Se la secolarizzazione è la malattia ontologica dell’uomo, il Sacramento della Santa Illuminazione, quando avviene all’interno dei retti presupposti ecclesiologici, costituisce la guarigione umana e il rinnovamento del mondo.

A questo punto, parlando dei retti presupposti ecclesiologici, vorrei sottolineare due di essi: a) il collegamento tra Fede e Sacramento della Santa Illuminazione; b) il collegamento tra Sacramento della Santa Illuminazione e Comandamenti di Dio.

Nel primo caso, è illuminante la frase di San Basilio il Grande: “La fede e il battesimo sono due modi di salvezza, simili tra di loro e indivisi, perché la fede si perfeziona con il battesimo, mentre il battesimo si fonda sulla fede e così si completano reciprocamente” (Opere di Basilio Magno, Biblioteca dei Padri Greci, vol. 10, p. 350).

Nel secondo caso, vale a dire quello del collegamento tra Santa Illuminazione e Comandamenti, abbiamo l’esplicita dichiarazione del Signore stesso, il Quale dopo l’ordine ai Suoi discepoli di predicare il Vangelo alle genti e di battezzarle nel nome della SS.ma Trinità, ha concluso con la frase: “insegnando loro ad osservare tutto ciò che vi ho comandato” (Mt 28, 20). A questo punto sottolineo la didascalia di San Marco l’Asceta, che dice in merito: “Chi è stato battezzato in modo corretto, ha ricevuto misticamente tutta la grazia. Tuttavia si perfeziona con il compimento dei comandamenti” (Filocalia A’, 115, 62). Come il bambino, con il concepimento e la nascita, ha ricevuto la vita, e questa vita con tutti i suoi carismi si manifesta durante il suo sviluppo corporale, così succede anche con il Sacramento della Santa Illuminazione. La Grazia che riceve l’uomo, si manifesta adeguatamente nell’osservazione dei Comandamenti di Cristo durante tutta la vita. In questo senso i Santi Padri collegano il battesimo dell’acqua con il battesimo dello spirito e, nel medesimo senso, si riferiscono al battesimo di lacrime e al battesimo di sangue. San Gregorio il Teologo parla di cinque battesimi: quello di Mosè “che è formale”; quello di Giovanni Battista “che non è totalmente spirituale”; quello di Cristo “che è la perfezione”; quello del martirio e del sangue “che è tanto più reverendo dagli altri”, e quello delle lacrime “che è il più sofferente” (Opere di Gregorio il Teologo, Biblioteca dei Padri Greci, vol. 5, p. 104).

Per poter osservare la grande importanza del Sacramento della Santa Illuminazione o Iniziazione cristiana in tutta la nostra vita bisogna sottolineare quattro grandi cambiamenti che esso crea:

a) Con il Sacramento del Santo Battesimo l’uomo si trasfigura, cioè si purifica la “immagine”, che fu oscurata con la caduta e si offre la possibilità di camminare verso la “somiglianza”. Questa trasfigurazione, questo cambiamento non è ideologico, simbolico e sentimentale, ma ontologico, perché l’uomo, da individualista ed egoista, con il Battesimo riceve la possibilità di non vivere soltanto per se stesso, ma di essere in comunione armoniosa con Dio e il suo prossimo. San Nicola Cavasilas dice in merito: “Questa è l’opera del battesimo: l’abolizione dei peccati, la riconciliazione dell’uomo con Dio; fare l’uomo Dio; aprire un occhio alle anime; gustare l’universo dei raggi divini; prepararci alla vita futura; far sorgere nelle anime la conoscenza di Dio” (Nicola Cavasilas, ed. “Gregorio Palamas”, Filocalia 22, p. 386).

Come abbiamo già detto, il Battesimo si collega con la Santa Cresima e la Divina Comunione. Il Santo Battesimo comunica l’esistenza in Cristo e l’essere. Dice San Nicola Cavasilas: “Poiché il battesimo dà l’essere e il sussistere totalmente secondo Cristo, quando lo ricevono anche le persone morte e corruttibili, le introduce prima di tutto alla vita” (Nicola Cavasilas, ed. “Gregorio Palamas”, Filocalia 22, p. 278). Con la caduta abbiamo subìto una corruzione cadendo nello stato della mortificazione. Ora ci viene offerto l’essere, un nuovo modo di esistenza: Cristo. Di conseguenza, mentre con il Santo Battesimo riceviamo la nascita, con la Santa Cresima riceviamo – come già abbiamo detto più sopra – il movimento (˝κίνησις˝) e con la Divina Eucaristia la vita. Dice Cavasilas: “Il battesimo è nascita, il miro ha il luogo dell’azione (energia) e del movimento dentro di noi, mentre il pane della vita e il calice dell’eucaristia è cibo e bevanda vera” (op. cit., p. 312). In un altro punto, lo stesso Santo Padre, presentando il valore di questi tre sacramenti, scrive: “Il battesimo dà l’essere… e ricevendolo introduce alla vita; l’unzione con il miro perfeziona il neonato in questa vita deponendogli la dovuta azione (energia), mentre la divina eucaristia conserva e contiene la vita stessa e la salute” (op. cit., p. 278).

Esiste una unione inseparabile tra questi tre sacramenti, e perciò, subito dopo il Battesimo veniamo condotti alla Santa Cresima e alla Divina Comunione, perché questo è lo scopo del Battesimo: incorporarci nella Chiesa, diventare membra del Corpo mistico di Cristo, degni della comunione del Suo santissimo e preziosissimo Corpo e Sangue. Con il Sacramento della Santa Illuminazione l’uomo nasce in una vita nuova, acquista una nuova esistenza, un nuovo modo di vita, esce dalle tenebre e vede la luce, esce dall’ignoranza e porta alla conoscenza di Dio. Questo cambiamento è una realtà sensibile, particolarmente nei battezzati, ma anche negli altri uomini, come dice la Santa Scrittura e commentano i Santi Padri della Chiesa, ad esempio San Simeone il Nuovo Teologo (vd. SC 113, p. 182).

E’ particolarmente importante ciò che dice Sant’Ignazio d’Antiochia sulla vita spirituale dell’uomo, collegata con l’incorporazione nella Chiesa e la comunione con il Corpo e il Sangue di Cristo. Le posizioni ecclesiologiche di Sant’Ignazio il Teoforo offrono la possibilità di vedere la grande importanza e il valore dei tre sacramenti dell’iniziazione cristiana, visto che veniamo battezzati e cresimati per comunicare il Corpo e il Sangue di Cristo.

Secondo Sant’Ignazio, l’uomo non ha vita in se stesso. Soltanto Dio è la vita per eccellenza. Dopo la caduta l’uomo viene imprigionato dal diavolo e dalla morte. Perciò ha bisogno di acquistare la vera vita. Questa liberazione non è realizzabile con dei comandamenti esterni, ma tramite una rinascita e restaurazione dell’uomo, cosa possibile in Cristo Gesù. L’uomo non può vivere da solo, ma in comunione con Dio e, naturalmente, questa vera comunione si compie nell’approvazione della Croce e della Resurrezione di Cristo (vd. Biblioteca dei Padri Greci, ed. “Diaconia Apostolica”, vol. 2, pp. 266 in poi). Cristo ha vinto la morte e il peccato con la Sua Croce e la Sua Resurrezione e, di conseguenza, anche noi dobbiamo partecipare a questo mistero della Croce e della Resurrezione. Ciò si realizza con il Sacramento del Battesimo come commenta l’Apostolo Paolo: “Per mezzo del battesimo siamo dunque stati sepolti insieme a lui nella morte, perché come Cristo fu risuscitato dai morti per mezzo della gloria del Padre, così anche noi possiamo camminare in una vita nuova” (Rom 6, 4). Parallelamente ci si deve nutrire con la carne di Cristo per acquistare la vera vita. Dice Sant’Ignazio: “Non mi accontento del cibo corruttibile; neanche con i piaceri di questa vita. Voglio il pane di Dio, il pane celeste, il pane della vita, che è la carne di Gesù Cristo, Figlio di Dio… Come bevanda voglio il Suo sangue, che è amore incorruttibile e vita eterna” (vd. Biblioteca dei Padri Greci, vol. 2, p. 305).

Ciò significa che l’uomo, con la caduta, è stato mortificato sia corporalmente che spiritualmente e, di conseguenza, ora ha bisogno di una nuova rinascita e di una nuova restaurazione. Questa restaurazione non si realizza con dei comandamenti moralistici e dei pensieri ideologici, ma con l’abolizione della morte e la trasfigurazione dell’esistenza psico-somatica, realtà che avviene con l’ingresso nel Corpo di Cristo, la Chiesa, e l’assunzione del vero cibo, ossia la carne e il sangue di Cristo per rendere possibile la partecipazione alla vittoria di Cristo sulla morte. Infatti, come è stato più volte ripetuto, questa partecipazione non è un evento moralistico e intellettuale, ma esistenziale e ontologico.

b) Con il Sacramento della Santa Illuminazione avvengono anche altri cambiamenti, cioè si modificano gli eventi sociali. L’uomo con la sua caduta, considerata come una malattia della natura umana, l’ha trasmessa anche alle istituzioni sociali. L’imposizione di un uomo su un altro uomo, lo sfruttamento dell’uomo dall’uomo, le guerre, le catastrofi, ecc. sono conseguenze della corruzione e della morte, ereditata con il peccato originale. Quando l’uomo si rinnova, si trasfigura, cambiano anche gli eventi sociali, continuando vivere in una società non perfetta, attesa solo (la perfezione) nel secolo futuro.

La storia ecclesiastica conserva molti esempi di cambiamenti sociali, come conseguenza della partecipazione ai Sacramenti e alla vita di Cristo. Il Cristianesimo opera tutti i cambiamenti all’interno della Chiesa. I Cristiani, dopo il Battesimo, liberavano gli schiavi, correggevano le situazioni sociali, vivevano la carità in molteplici modi. Esistono molti esempi nella storia ecclesiastica, nei quali si mostra l’interesse dei Cristiani verso i poveri, le vedove, gli orfani, i prigionieri, i carcerati, gli schiavi, ecc. I Cristiani beneficiavano anche gli idolatri,  come confessa lo stesso Giuliano l’Apostata. Quando venivano battezzati liberavano gli schiavi. Esempio classico è il caso di Erma, prefetto di Roma (119 d.C.), il quale, divenuto cristiano, portò i suoi 1250 schiavi ad essere battezzati e, in seguito, li liberò. Da ciò si dimostra che il Cristianesimo ha operato il più grande cambiamento nella storia. Ciò è avvenuto non con la creazione di sistemi e ideologie, ma con la restaurazione degli uomini per mezzo della Grazia di Dio, che viene offerta nella Chiesa tramite i Santi Misteri.

c) Se l’uomo si trasfigura con la Santa Illuminazione e, in genere, con la vita ecclesiastica che segue a tali Sacramenti e se avvengono dei cambiamenti sociali, ciò significa che accadono pure delle conseguenze cosmiche. In altre parole, anche il creato riceve le conseguenze benefiche della vittoria sulla morte. Poiché la natura non ha volontà propria, ma è stata trascinata dall’uomo alla corruzione, quando l’uomo si trasfigura anche il creato cambia orientamento. L’Apostolo Paolo dice che la natura aspetta con ansia la sua liberazione dalla corruzione: “La creazione stessa attende con impazienza la rivelazione dei figli di Dio; essa infatti è stata sottomessa alla caducità – non per suo volere, ma per volere di colui che l’ha sottomessa – e nutre la speranza di essere lei pure liberata dalla schiavitù della corruzione, per entrare nella libertà della gloria dei figli di Dio. Sappiamo bene infatti che tutta la creazione geme e soffre fino ad oggi nelle doglie del parto” (Rom 8, 19-22). Qui sottolineo uno splendido brano di Sant’Isacco il Siro, che indica la restaurazione della natura tramite l’uomo trasfigurato: “L’umile avvicina gli animali selvaggi e, quando questi lo vedono, la loro selvatichezza si tranquillizza, gli si accostano come ad un padrone, gli piegano le loro teste e gli leccano le mani e i piedi, perché hanno avvertito in lui lo stesso profumo emanato da Adamo prima del peccato” (Isacco il Siro, Opere Ascetiche, ed. Rigopoulos, 1997, p. 78).

d) In fine un altro cambiamento visibile che vorrei sottolineare è quello terapeutico. Abbiamo molti esempi – anche oggi soprattutto nelle missioni ortodosse – di catecumeni ammalati che ricevendo la Santa Illuminazione (Battesimo, Cresima, Eucaristia) sono guariti dalle loro malattie, in alcuni casi gravi. Ciò naturalmente non è avvenuto magicamente, solo perché hanno ricevuto i Sacramenti dell’iniziazione cristiana. Sono guariti perché avevano seguito un catecumenato autentico, con fervente fede, molta preghiera, severo e totale digiuno e continua vita cultuale, eccetto naturalmente quella sacramentale. Vi riferisco un caso che ho conosciuto personalmente. Si tratta di una professoressa universitaria americana agnostica, la quale subito dopo che ha ricevuto la Santa Illuminazione si è guarita dall’importante malattia di lupus reumatoide, ma anche dalla sterilità, e tutto ciò è accaduto perché ha seguito un cammino e una vita catechetica che le ha permesso di essere premiata con la guarigione. Ma per rimanere per sempre attivo questo status di guarigione e salute bisogna conservare senza macchia la vestitura bianca della illuminazione, seguendo una vera e autentica vita evangelica e cristiana dentro la Chiesa, che come dice San Giovanni Crisostomo è l’unico ospitale da cui, chi entra, si esce guarito.      

Da tutto ciò si mostra che la Santa Illuminazione non è una semplice cerimonia e neppure una semplice preghiera, ma il Sacramento dell’entrata ufficiale dell’uomo nel Corpo di Cristo. Con questa entrata l’uomo supera la morte e partecipa dell’energia purificatrice, illuminatrice e divinizzatrice di Dio. All’interno di questi presupposti l’illuminato vive la nuova creazione della Chiesa.

5. Conclusione

La Santa Illuminazione con tutto ciò che la precede (la catechesi) e che la segue (la vita evangelica), rinnova l’uomo, lo libera dalla morte e dal diavolo e ha forti conseguenze sociologiche e cosmiche. La Chiesa con i Sacramenti trasfigura l’uomo e rinnova tutto il creato. I Sacramenti sono il lievito che fa fermentare tutta la creazione. Non si tratta di cambiamenti utilitaristi e moralisti, ma di cambiamenti ontologici. Naturalmente, perché la Grazia Divina operi in modo salvifico nel Sacramento della Santa Illuminazione (Battesimo, Cresima, Eucaristia), bisogna che esistono i necessari presupposti ecclesiologici, con i quali si supera la secolarizzazione. Credo che il modo con cui una Chiesa affronta il Sacramento della iniziazione cristiana mostra se è autentica o secolarizzata. Infatti, la grande forza della Grazia nel trasfigurare e rinnovare l’uomo e la creazione intera che viene offerta con la Santa Illuminazione, si effettua quando è in collegamento stretto con tutta la vita ecclesiastica, al di fuori della quale non esiste alcuna possibilità di salvezza. Grazie!            



                                                                                      LA PRESENTE CRISIS RELIGIOSA Y ESPIRITUAL Y LA ORTODOXIA

                                                                                                      Barcelona, Fundación “Centre d'Estudis Jordi Pujol”,

                                                                                           Seminario "Religiones y espiritualidad en un mundo en crisis"

                                                                                                                                         11 de junio de 2009

                 Agradezco a los organizadores de este importante evento por haberme invitado a participar y expreso mi cordial saludo a todas las personas y autoridades presentes.

Trataré el tema de la crisis religiosa y espiritual que atraviesa el mundo presente, desde el punto de vista de la  Ortodoxia a la que represento.

La palabra griega "crisis" reina en el horizonte mundial. De hecho, todo el mundo habla de crisis económica y olvidan, o quieren hacer olvidar, que esta crisis no es otra cosa que una consecuencia en el sector económico de la gran crisis espiritual y moral que, desde hace años, atraviesa la humanidad.

Por "crisis religiosa" entendemos una situación en la cual las seguridades religiosas, creídas hasta hace poco, se han puesto en discusión, y aún más, negadas. Este fenómeno, tiene incluso su aspecto positivo, porque ayuda, en cierto modo, a actualizar y poner en evidencia la práctica de la fe. Sin embargo, en la mayoría de los casos se acaba por corromper e impedir aquella fe que se quiere purificar y volver más evangélica.

Si observamos la historia de la Iglesia encontramos el fenómeno de la crisis repetido muchas veces. Muchas y duraderas son las épocas de las crisis. Por ejemplo, si echamos una ojeada a la antigüedad cristiana, cuando el Cristianismo era todavía indiviso, vemos que, de pronto, nacen movimientos heréticos. Tras las grandes herejías responsables de las divisiones de la Cristiandad emerge, con duración en el tiempo y en la difusión, la herejía arriana. Esta herejía, promovida por el sacerdote alejandrino Arrio (256..336), es, de alguna manera, importante incluso hoy. ¿Por qué? En no pocos sectores del Cristianismo actual existe una real o latente tentación de representar a Cristo únicamente en su realidad humana, olvidando totalmente u ocultando su realidad divina. En este sentido, son muchas las tentaciones arrianas que atraviesan. El Cristianismo actual, como subrayó en su tiempo, un conocido arzobispo y teólogo católico italiano, el. Cardenal Giuseppe Siri de Génova, en su obra "Getsemaní". Las herejías cristológicas son una real expresión de crisis; es decir, de una mala comprensión de la verdad, toda entera, sobre Cristo; de rechazo de una parte de esta verdad. Además, en la visión ortodoxa, la herejía no es simplemente una crisis que deriva de una mala comprensión filosófica o intelectual de la verdad cristiana. La teología ortodoxa nace de un modo de vivir en Cristo, no sólo de una manera de pensar. En este sentido, no nos debemos maravillar si notamos las observaciones de un San Atanasio el Grande, por las cuales la herejía arriana, latente en ciento sentido también en el mundo cristiano actual, nacía a causa de un ánimo moral y espiritualmente enfermo, no simplemente de un pensamiento equivocado (vee Nikos A. Matsoukas, "Teología dogmatica e simbolica ortodossa", 2, Dehoniane, Roma 1990, p. 129). La auténtica raíz de esta errónea interpretación y de la crisis que de ella nace es, pues, una enfermedad espiritual. Por ello la Ortodoxia vincula estrechamente la espiritualidad y la teología. Por el mismo motivo San Gregorio Nacianceno exhortaba: "No a todos, queridos míos, compete hablar de Dios, no a todos: no se trata de una capacidad que se adquiere a bajo precio, ni que pertenece a cuantos proceden sin desarraigarse de la tierra. [...] No compete a todos, si no a aquellos que se han ejercitado y han hecho progresos en la contemplación y que, antes que nada, han purificado el alma y el cuerpo, o, más exactamente, los purifican. Quien no es puro, no puede, sin peligro, venir a tomar contacto con la pureza, como el rayo del sol, no puede sin daño penetrar ojos enfermos" (Gregorio Nacianceno, "Oración 27", II).

 Así pues, las interpretaciones erróneas y heréticas son enfermedades espirituales. La Iglesia como cuerpo viviente ha estado siempre probada por la enfermedad. La duda, la negación de la fe y las interpretaciones erróneas son enfermedades que hacen sumir a todo el cuerpo y provocan la crisis. En la Iglesia, ninguna parte del cuerpo puede calificarse de ausente o desinteresada de las otras partes, porque "si un miembro sufre, todos los miembros sufren juntos y si un miembro es honrado todos los miembros se gozan en él' (1 Cor 12,26).

La crisis religiosa y espiritual que atraviesa nuestra época, nacida, fundamentalmente de un indiferentismo difuso, nos afecta a todos y a todos nos hace sufrir. El mundo ortodoxo no se puede considerar más afortunado que el católico o protestante y ninguna de las tres confesiones puede sentirse aliviada porque cualquiera de las otras esté más afligida. Este sufrimiento debe interpelar profundamente a cada uno sobre su manera de vivir a Cristo. Por otra parte, creo que es inútil denunciar el vacío de valores que caracteriza a las generaciones actuales. Si la juventud de hoy no tiene los valores que tenía aquella de alguna decena de años antes, la culpa no es imputable únicamente a una evolución de las costumbres, o a una permisividad legislativa a nivel del Estado. Quizás, los jóvenes no tienen estos valores por que no los han encontrado, y para encontrarlos, según las enseñanzas de San Gregorio Nacianceno, que caracterizan toda la Ortodoxia, no solamente es necesario hablar de ellos, si no, más importante, vivirlos. La crisis de los tiempos actuales no es un fenómeno completamente nuevo, aunque se presenta con trazos y modos típicos de los tiempos presentes. El indiferentismo hacia las verdades religiosas y espirituales, hay que decirlo sinceramente, ha penetrado hoy bastante en las instituciones eclesiásticas, y, de nuevo hay que decirlo sinceramente, que estas últimas tienen la culpabilidad por esta cosa. Los porcentajes son diversos, pero siempre ha existido el indiferentismo. La Ortodoxia es consciente de ello y sus hombres espirituales, como por ejemplo los monjes del Monte Athos, son muy conscientes y lo notan, que cuando toda la sociedad se hunde, también la calidad del monacato, el sector en el se cultiva por excelencia la espiritualidad ortodoxa, se resiente.

El famoso "Relato del Peregrino Ruso" del siglo XIX muestra como el peregrino tuvo que atravesar muchos sitios e interrogar a muchos sacerdotes y monjes antes de recibir una respuesta espiritual que lo tranquilizase. El peregrino, ansioso de practicar la "oración continua mística del corazón" y entender su sentido, encontró, por fin, a un obispo que se burlaba abiertamente de su búsqueda espiritual. Siendo un fenómeno general, también hoy en la Ortodoxia, podemos encontrar fieles y eclesiásticos que padecen el mal presente, es decir, que las personas no se ofrecen totalmente a Cristo, si no que prefieren vivirlo formalmente, asumiendo como modo de ser el mundano, la gloria del mundo presente, no las promesas del Evangelio. Admitir esto no debe de extrañamos, al contrario, pienso que nos señala el cambio de dirección. Sólo admitiendo la enfermedad se puede comenzar la curación. El problema para todos los cristianos, en general, no está tanto en tener problemas en la Iglesia, males que derivan siempre de un excesivo atractivo por el mundo, si no en no saberlos reconocer y en no triunfar para no admitidos. Por otra parte se olvida lo que dice San Juan Crisóstomo: que la Iglesia es un Hospital, el único hospital que tiene los medios de curación y del cual los enfermos salen curados. Cristo mismo es el gran Médico de todas las enfermedades corporales y espirituales. Cristo quería ser puesto por encima de todo, incluso de nuestros padres que son las personas más queridas por nosotros (cfr. Mt 10, 37). ¿Que diría si viera a nuestros fieles y sacerdotes encadenados al mundo y amantes de ello? Seguramente diría lo mismo que dijo al siervo temeroso, el cual, recibiendo un talento, en lugar de multiplicarlo, lo enterró por miedo al amo (cfr. Mt 25,26).

Cuanto he descrito hasta ahora es, sin embargo, parcial. Para tratar de comprender el mundo ortodoxo y su modo de reaccionar contra las crisis, es necesario, exponer algo muy importante. El mundo ortodoxo se caracteriza por mantener el concepto de "Tradición" (Παράδοσις), entendiendo por" Tradición" una vida evangélica que se trasmite desde los Apóstoles, con enseñanzas y obras, de generación en generación. Para estimular y contribuir en modo determinante esta transmisión están los testimonios de fe particulares, los hombres que, viviendo el radicalismo evangélico se convierten en una especie de evangelios vivientes: "oί πνευματικοί" los padres espirituales. Son ellos por los cuales el Apóstol Pablo escribiendo a su discípulo Timoteo, obispo de Éfeso,  lo exhorta para ser "τύπος" (modelo) de los fieles, es decir ejemplo viviente con su palabra, comportamiento, amor, fe y vida pura (cf. 1 Tim 4, 9-15). El padre espiritual puede ser un sacerdote, un monje, un laico o una laica, como ocurría también en Occidente en el Alto Medioevo. Es en una persona de este tipo que se conserva y se transmite el “ethos": el modo de ser de la Iglesia; un modo de ser que privilegia el aspecto carismático pero sin contraponerse al institucional.

Para ser más claro pondré un pequeño ejemplo. En un período de gran decadencia de la Iglesia Ortodoxa a causa del yugo otomano en el siglo XVIII, surge un gran padre espiritual, San Cosme de Etolia. Nacido en 1714 tras haber vivido muchos años como monje en el Monte Athos, quedó consternado por la falta de conocimiento del Evangelio entre los cristianos Ortodoxos. Obtuvo del Patriarca Ecuménico de Constantinopla Serafín II la bendición para una predicación itinerante que correspondía al área de la actual Grecia Occidental y Albania del Sur, fundando escuelas y estimulando continuamente a los cristianos de entonces. Su auditorio no se componía sólo de cristianos, sino que también acudían musulmanes. Tuvo la fama de gran santidad y trabajó siempre con la bendición de los obispos locales y el permiso de las autoridades turcas. Sus predicaciones contra la deshonestidad lo hizo odioso a un grupo de hombres que lo denunciaron falsamente a los turcos. Estos lo ahorcaron y arrojaron su cuerpo en un rio albanés el 24 de agosto de 1779. Hasta hoy sus santas reliquias obran milagros. Este ejemplo de hombre carismático, que la Ortodoxia lo ha calificado "Isapóstol', es decir "igual a un Apóstol', ha sido como la levadura que ha hecho fermentar toda la pasta, según la cita evangélica. Su predicación no se movía a instancias puramente moralizadoras, sino que nacía de un gran amor, que el santo se nutría de Cristo, y de su deseo de ver a Cristo vivir en todos los hombres. Estas personas son de una importancia fundamental para el mundo ortodoxo sobrepuesto muchas veces a decadencias y crisis como todas las realidades humanas. Estos son auténticos guías porque relacionan el mundo presente con el mundo futuro; son auténticas ventanas abiertas al Paraíso, como muchos notaban viendo, por ejemplo, la cara luminosa de San Serafín de Sarov (1759-1853), el cual, sólo a los sesenta y seis años, tras haber pasado la vida en el monasterio y en el desierto, salió definitivamente de la soledad para acoger y aconsejar a quien lo deseaba. San Serafín de Sarov es la corona de una serie de grandes padres espirituales, los cuales desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX eran el único refugio, apoyo y consuelo de un pueblo que vivía en un estado y una sociedad en decadencia, cosa que reflejó magistralmente en sus libros el famoso escritor Feodor Dostoievski.

Lo que representan estos hombres espirituales no es tanto un modo convincente de explicar el Evangelio, cuanto una percepción de la realidad futura. A veces un hombre espiritual dice pocas cosas o es de una cultura elemental, como lo era el Venerable Paisios del Monte Athos (1924-1994), pero, sin embargo, capaz de infundir una fuerza tal de iluminar de un modo muy profundo, de impresionar y convertir los corazones de los hombres. Personajes totalmente paradójicos y para nosotros extraños eran los "locos de Dios" en la Rusia precedente a la Revolución Bolchevique. Estos últimos representan el trastorno de toda nuestra lógica y de toda tentación por nuestra parte de hacer lógico el Evangelio desde el momento que el amor hacia Dios puede exigir también decisiones verdaderamente poco lógicas para la mentalidad mundana. Por este motivo, para nosotros los ortodoxos, la verdadera crisis nace cuando faltan o no tenemos contacto con estas personalidades que se sumergen en la “alógica lógica” espiritual y en la vida divina (théosis). La crisis nace, antes que nada, a nivel del espíritu porque ya no tiene fuentes en que beber, de los atentos intérpretes de la vida espiritual, no a nivel de la razón. Por ello, las observaciones, incluso interesantes, que en su tiempo hacía Simone Weil sobre la crisis del Cristianismo, incapaz de responder a las instancias de la razón, no representan para nosotros los Ortodoxos, el verdadero nudo del problema. Esta famosa hebrea, política francesa, convertida al Cristianismo notaba que el Cristianismo Occidental estaba expuesto a una crisis porque, por ejemplo, la mentalidad científica terminaba prevaleciendo sobre la mentalidad cristiana, las razones de la ciencia tenían la primacía sobre las de la fe. El cristiano permanecía, como tal, sólo una hora a la semana, cuando acudía a Misa y para el resto del tiempo estaba dominado por la mentalidad científica. (Ver Simone Weil, "L’enracinement. Prelude a une declaration des devoirs envers l’être humaine", Paris, Gallimard, 1949, p. 212).

La Iglesia Ortodoxa se basa en un fuerte concepto de "Tradición". Por ello cuando viene a menos uno de sus elementos más fundamentales, el hombre carismático, nace el verdadero problema, la verdadera crisis. En el hombre carismático existe una compenetración real entre el Paraíso y este mundo y esto tiene infinitas consecuencias prácticas, pudiendo dar una respuesta a todos los problemas, incluidos los ambientales y ecológicos. No es extraño que la Ortodoxia, con su Primado el Patriarca Ecuménico Bartolomé 1, tan sensible a los problemas de orden ecológico, se apreste en proponer una respuesta frente a los problemas y los desastres ambientales, haciendo observar la experiencia de los hombres carismáticos ortodoxos.

El hombre carismático no tiene una comprensión individualista, ni moralizadora, ni legal del Cristianismo, sino que está animado por un profundo "eros" divino por todo el mundo. En el momento en que faltan personalidades de este tipo se cierra una ventana de comunicación con el Paraíso y nos quedamos solos, iluminados únicamente por nuestra razón humana. Sin un estímulo realmente eficaz solo nos podemos agarrar a nosotros mismos y la Iglesia entra en crisis porque se instauran formas puramente individualistas, moralistas y legalista-religiosas que vacían de sentido el mismo Cristianismo y alejan las personas de la Iglesia (Ver las observaciones afiladas del Prof. Christos Yannarás en su libro: "Virita e Unita della Chiesa", Servitium, Sotto il Monte 1997).

Ciertamente, la crisis en el mundo ortodoxo, viene dada; también en sus recientes vicisitudes históricas y sociales, por el hecho de dar más importancia a una presunta redención económica que a la redención de Cristo, creer más en nosotros mismos que en la experiencia de la Iglesia. Pero, fundamentalmente, esta crisis se da por el hecho que en nuestra época comienzan a ser menos los grandes espirituales que había hace algún decenio. Cristo, para tocamos necesita de la contribución de los hombres y de hombres especiales. Dios para salvar la carne humana necesita otra carne humana redimida, porque la fuerza divina se vehicula en el canal de la humanidad: "Caro salutis cardo", la carne es un camino para la salvación, decía en su tiempo el latino Tertuliano (Tertuliano, "Sobre la Resurrección de los muertos", VVV, 6-7).

Sin un canal de conducción las reservas de agua se acaban poco a poco. Análogamente, sin hombres espirituales las personas siempre se secan más en el espíritu y colocan las cosas espirituales en el mundo de los mitos o en la pura fábula. Así la verdadera razón de la actual crisis, que comienza a sentirse también en el mundo ortodoxo, es la falta de santos, de hombres que participan de la Luz Divina del único y verdadero Santo: Jesucristo. La crisis, para nosotros los Ortodoxos, no se supera tanto con una mejor organización, una mejor comprensión cultural del mundo actual, una manera mundana de atraer o seducir a las personas. Se supera creando, antes que nada, las condiciones para que nuevos santos puedan aparecer en la tierra.

Gracias por su atención.

 



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“LA DIVINA LITURGIA; EL SACRAMENTO POR EXCELENCIA”

(XXXIV Jornadas de la Asociaciόn Española de Profesores de Liturgia,

Salamanca, 2 de septiembre de 2009)

                 Introducción

                 Para los Ortodoxos la Divina Liturgia, con mayúsculas, es la Eucaristía, mientras que la misma palabra escrita con minúsculas se refiere al ritual o ceremonias en general. Liturgia (Λειτουργία) es el “ἒργον τοῦ λαοῦ”, es decir, la obra común del pueblo o expresándolo de otra manera, es la operación del misterio de Cristo y de la Iglesia, lo que significa que el pueblo se reúne para operar el sacramento por excelencia que es su salvación. Según el pensamiento ortodoxo el hombre se ha plasmado y el mundo se ha creado para la liturgia y la liturgia para el hombre y el mundo, por eso hombre y mundo son por excelencia litúrgicos.

Cuando Cristo habló por primera vez a los hombres del misterio de la Divina Eucaristía se llamó a sí mismo el “pan de la vida”, pan bajado del cielo para ofrecerse “para la vida del mundo” (Juan 6, 48-51).

Cristo es el pan de vida que ha bajado del cielo ( καταβάς) por el poder del Espíritu Santo. Descendióό el día de la Anunciaciónόn a la Bienaventurada Virgen María y la Virgen se convirtió “en tierra buena y bendita” donde germinό el pan de vida. Desciende en el momento de la Anunciaciónόn eucarística sobre la Iglesia virgen y la Santa Iglesia se convierte también en tierra buena y bendita donde germina el pan de vida. Es en la Divina Liturgia donde se efectúa el acontecimiento del descenso de Cristo y de su presencia en la Iglesia; porque la Divina Liturgia es Cristo entre nosotros. “Y, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo” (Mt 28, 20).

Si la Divina Liturgia es “Cristo con nosotros”, proponer una explicación de ella significa, en realidad, hacer una explicación de Cristo. Los Santos Evangelistas y los Santos Padres Teóforos han hablado de Cristo en base a la experiencia que han tenido personalmente de Él, como han sido los Evangelistas o la experiencia que han tenido de Cristo en base a la Divina Liturgia como es el caso de los Santos Padres. “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que nuestras manos han tocado, o sea, el Verbo de vida, de ello damos testimonio” (1Juan 1,1-2). Una “explicación” moderna de la Divina Liturgia debe brotar de la visión de Cristo, del oído de Cristo y del contacto palpable con Cristo de parte de los hombres de hoy, es decir, la experiencia de Cristo como la han visto y la han tenido los Santos en la Divina Liturgia, como la han vivido y como la han visto en nuestra Santa Iglesia. Incluso hoy día, en los tiempos difíciles que atravesamos, existen corazones encendidos de amor a Cristo, que viven en su presencia en el altar, que concelebran en la hora de la Divina Liturgia con los ángeles y los Santos, que viven en el Reino bendito de Dios.

1. Qué es la Divina Liturgia

a) La recapitulación de toda la economía divina

Todos los maravillosos acontecimientos realizados por Dios para recibir en su casa el hombre alejado por la desobediencia y hacerlo de nuevo miembro de su familia se entienden como economía divina. La economía de Dios nuestro Salvador con respecto al hombre “consiste en levantarlo de su condición de caído y conducirlo a la familiaridad de Dios desde su estado de alienaciόn causado por la desobediencia”, dice San Basilio el Grande (Basilio de Cesarea, El Espíritu Santo, 35, a cura de G. Azzali Bernardelli, Città Nuova, Roma 1993, p. 134, Colección de textos patrísticos 106). En la Divina Liturgia es donde se produce este acontecimiento de nuestra salvación en Cristo. “Los misterios llenos de dones de salvación que celebramos en cada reunión litúrgica son llamados “eucaristía”, es decir, acción de gracias, porque son el memorial de los muchos beneficios recibidos y la manifestación más elevada de la providencia de Dios”, nos recuerda San Juan Crisóstomo (Comentario del Evangelio de San Mateo, 25,3, vol. 2, a cura de R. Minuti-E.Monti, Città Nuova, Roma 1968², p.15). En la Divina Liturgia se reviven, bajo los signos misteriosos, la entera economía divina.   La Divina Liturgia por su poder y significación es escatológica, es un acontecimiento eterno y eternamente actuante. La vida de Cristo, su muerte, su resurrección y su Reino ya han entrado en este mundo. Se trata de un reino mesiánico que se realiza en la Iglesia cuando los fieles se reúnen con su obispo para ser una comunidad en el Cuerpo del Señor; porque la Liturgia es la manifestación de la Iglesia como el nuevo eón, como parusía, como segunda venida de Cristo resucitado. Por eso, al terminar la Liturgia puede decir el sacerdote: “Tú que eres la plenitud de la Ley y los Profetas, Cristo nuestro Dios, habiendo cumplido todo el plan de nuestra salvación, colma nuestros corazones de alegría... etc.”.

Además, el misterio de la divina economía ya se manifestó en el mismo instante de la desobediencia del hombre. El Señor Filántropo, nos dice San Juan Crisóstomo “vio enseguida lo que había ocurrido y la gravedad de aquel hecho y se dispuso a procurar el remedio para que aquella falta no se convirtiera en una herida incurable... Ni por un instante cesό en su infinita bondad de cuidar del hombre” (Sobre el Génesis, 17, 2, PG 53, 136). Con hechos maravillosos y palabras proféticas Dios preparaba al hombre para participar en la plenitud de la vida y del amor.

Algunos acontecimientos y profecías del Antiguo Testamento se refieren directamente al misterio de la Divina Eucaristía. El primero de ellos es la ofrenda de pan y vino realizada por Melquisedec (Gen 14, 18-20). Dice San Juan Damasceno que Melquisedec fue “figura e imagen del verdadero Sumo Sacerdote Cristo” (La fe ortodoxa, 4, 13, a cura de V. Fazzo, Città Nuova, Roma 1998, p. 270, Colección de textos patrísticos 142) y su ofrenda “imitación de la ofrenda de Cristo”. Él mismo, “lleno de espíritu profético, habiendo comprendido que la oblación futura sería presentada por las Gentes, daba culto a Dios con pan y vino imitando al Cristo venidero”, nos recuerda San Juan Crisóstomo (Sobre Melquisedec, 3, PG 56, 261). El Santo Melquisedec, vive en el Espíritu Santo, un futuro en el presente e imita aquello que todavía no se ha realizado.

De igual manera el sacrificio de Isaac (Gen 22,1-14) es una prefiguración del sacrificio de Cristo. Lo mismo habría que decir del sacrificio del Profeta Elías (1 Reyes 18, 1-40) e incluso la visiόn de Isaías (Is 6, 1-7) se mueve en una atmόsfera litúrgica.

La Pascua judía es el evento prefigurativo por excelencia de la Eucaristía. Esta fiesta era un continuo memorial de la salvación por Dios de los Hebreos y una continua acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios.

Todos los hechos recordados preparaban la plenitud de los tiempos en los cuales se manifestó la Verdad: Cristo. Cristo es la recapitulación del misterio de la divina economía y cada acontecimiento de su vida es para el hombre una bendición divina. La totalidad de todos los eventos de la vida de Cristo se encuentran en la celebración de la Liturgia Eucarística: “Todo esto que se cumple en el divino sacrificio es imagen (τύπος) de la pasión salvífica, sepultura y resurrección de Cristo... y de toda su salvífica estancia entre nosotros y de su economía para nosotros”, escribe el Obispo Teodoro de Andida (Sobre los símbolos y los misterios de la Divina Liturgia, 1, PG 140, 417A). Ante nosotros se despliega la vida de Cristo porque “la entera mistagogía es como una única representación de un mismo “cuerpo”, que es la vida del Salvador”, dice San Nicolás Cavásilas (Comentario de la Divina Liturgia, 1, 7, SC 4 bis, p. 63) y San Juan Crisóstomo dice que “los ojos de la fe ven lo invisible” (Sobre el hecho apostólico: 2 Tm 3,1; 2, PG 56, 272).

El Santo Altar se hace el “lugar de la calavera”, el Gólgota temible. Dejando el Gólgota nos acercamos al lugar de la resurrección: “el misterio celebrado en Pascua no es más grande del que estamos celebrado ahora. Es el único y mismo misterio y la misma gracia del Espíritu; es siempre Pascua” (Juan Crisóstomo, Comentario a la Primera Carta a Timoteo, 5, 3, a cura de G. Di Nola, Città Nuova, Roma 1995, p. 113, Colección de textos patrísticos 124).

La Divina Eucaristía es la Pascua incesante de la Iglesia. Es el principio del nuevo eón que irrumpe en el viejo y lo renueva. Es la presencia carismática del Reino futuro: “no has cesado de hacer cuanto era necesario para conducirnos al cielo y darnos tu reino futuro”, dice el sacerdote en la Anáfora. Cristo nos ha dado el Reino futuro y la posibilidad de llegar al cielo, y lo que es más grande: nos hace dignos de ser acogidos, nosotros pecadores, por el Señor del cielo.

En la Divina Liturgia coexisten la realidad presente y la futura, el principio y el fin, porque la Divina Liturgia es el misterio del Cristo y  también Cristo es “el Alfa y el Omega, el Primero y el Último, el principio y el final” (Ap. 22, 13), así, la Divina Liturgia es, en Cristo, la Sínaxis del espacio y del tiempo y su transfiguración en espacio y tiempo litúrgico: “la Pascua del Señor se acerca, los tiempos se unen, los espacios se unifican y el Verbo que preside a los Santos se regocija, Él, por medio del cual el Padre es glorificado. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Carta a Diogneto, XII, 8).

b) Teofanía Trinitaria

La Divina Economía es la manifestación del amor del Dios Trino por el hombre. El autor y actor de nuestra salvación ha sido el Verbo de Dios, el Padre se complace en la obra de su Hijo y el Santísimo Espíritu coopera: “La teofanía teándrica en la carne se realizó porque el Padre la ha querido, el Hijo se ha encarnado y el Espíritu Santo ha cooperado” (Cesario de Nazianzo, Diálogo 3, pregunta 167, PG 38, 1129).

El misterio de la divina economía es una teofanía trinitaria. La Divina Liturgia, en la cual se revive por la gracia este misterio, es también una teofanía trinitaria. Su celebrante “desvela la Santa Trinidad”, escribe San Gregorio el Teólogo (Oración 43, 72, p. 1113).

Desde el inicio hasta el fin la Divina Liturgia nos ayuda a vivir el misterio de la presencia trinitaria. El sacerdote comienza diciendo: “Bendito sea el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. “Gracias a la encarnación del Señor, por primera vez, los hombres han visto a Dios, una Trinidad de personas. Lo que se cumple en la celebración es la iniciación mistérica de la encarnación del Señor. Es necesario por tanto que desde el principio resplandezca y sea anunciada la Santa Trinidad”, escribe San Germán de Constantinopla (Historia eclesiástica y contemplación mística, PG 98, 401B).

Siguen las ἐκφωνήσειςtrinitarias, las tres antífonas y el himno trisagio que cantamos a la Trinidad vivificante. Y cuando se acerca el momento central del misterio, el celebrante nos ofrece “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo”.

Dando gracias a Dios por todo aquello que su amor ha hecho por nosotros: “Tu de la nada nos has traído a la existencia y, caídos, nos has levantado y no has dejado nada por hacer hasta conducirnos al cielo y darnos tu Reino futuro. Por todos estos beneficios te damos gracias a ti, a tu Hijo unigénito y a tu Espíritu Santo”. Después suplicamos al Padre de Luz que envíe al Paráclito para que consagre la ofrenda del Hijo. El Paráclito viene y realiza el “milagro del misterio”: Nos dona Cristo. Todo se llena de la luz de la divinidad trisolar y nosotros nos convertimos en huéspedes del amor trinitario. Comulgando el Santo Cuerpo y Sangre de Cristo nos convertimos en templo de la Trinidad Santísima, porque “si uno está en nosotros podemos decir que la Trinidad entera está en nosotros”, como dice San Atanasio el Grande (Cartas a Serapiόn, El Espíritu Santo, 1, 20, a cura de E. Cattaneo, Città Nuova, Roma 1986, p. 76, Colecciόn de textos patrísticos 55).

Al término de la Divina Liturgia nuestra alma “portadora de Cristo” irradia la Luz Trinitaria: “Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe, adorando a la Trinidad indivisible, porque ésta nos ha salvado”, canta el coro al final de la Liturgia.

c) Sínodo (Unión) celeste-terrenal

La presencia del Dios Trinitario confiere a la Sinaxis eucarística su real dimensión: Sínodo o Unión del cielo y de la tierra.

El espacio en que se celebra la Santa Oblación se convierte en “la morada de Dios con los hombres” (Ap. 21, 3). Junto con los hombres, la creación entera glorifica a Dios. Toda la realidad se unen “sobre el altar colocado ante el Trono de Dios” (Ap. 8, 3) y Le dan gracias. Esta es la esencia de la Divina Liturgia: Reunirse todo el universo en un mismo lugar y ponerse en camino hacia el Reino del Dios Trinitario. Por esta razón San Juan Crisóstomo y otros Santos Padres la llaman “σύν-οδος”, porque todos juntos “con-caminan” en direcciónόn a Dios: “Ninguno de los que comen esta Pascua (la Divina Eucaristía) mira a Egipto, si no al cielo, a la Jerusalén celeste” (Comentario de la Carta a los Efesios, 23, 2, PG 62, 166).

La Divina Liturgia es la presencia real de Cristo: “Cuando te preparas para cercarte a la Santa Mesa, cree que allí está presente el Rey de todos” (Juan Crisóstomo, Sobre la visiόn de Isaías 6,1; Homilía 6, 4, PG 56, 140). Cristo “que reúne todas las creaturas” (Gregorio de Nisa, Homilía sobre el Eclesiastés, III, a cura de S. Leanza, Città Nuova, Roma 1990, p. 76, Colección de textos patrísticos 86), convoca alrededor del Santo Altar todas las existencias y “providencialmente las une tanto a sí mismo como entre ellas” (Máximo el Confesor, La Mistagogía, 1).

Junto a Cristo está la Madre de Dios. Antes que Cristo celebrara su cena, en la Santísima Virgen se celebró, por el poder del Espíritu Santo, el misterio de nuestra salvación: “Tu seno se ha convertido en santa mesa sobre la cual ha reposado el Pan celeste”, se canta en el Oficio de Maitines de la Fiesta de Mediapentecostés. En la Divina Liturgia la Reina de los cielos se encuentra a la derecha del Rey.

El mundo angélico es la cohorte de Cristo. El Señor avanza hasta el Gólgota “invisiblemente escoltado por los ejércitos angélicos”, y en el momento del ofertorio los ángeles glorifican con nosotros la bondad de Dios.

Junto a las potencias angélicas participan en la Divina Eucaristía el “coro de los Santos”, según San Dionisio Areopagita. La sínaxis eucarística es la fiesta de la victoria de Cristo y de cuantos están unidos a Él en su camino.

En la Divina Liturgia también están presentes nuestros hermanos difuntos para quienes invocamos la misericordia de Dios. De tal modo, cielo y tierra, ángeles y hombres, vivos y difuntos festejan juntos y juntos dan gracias al Señor por su amor infinito. Todas las creaturas manifiestan su agradecimiento: “Al que está sentado en el Trono y al Cordero alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos” (Ap. 5, 13).

2. Frutos de la Divina Liturgia

a) Divinizaciόn del hombre

El famoso apotegma de San Atanasio el Grande: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda ser Dios”, implica que la unión con la Fuente de la Vida no pueda hacerse más que por un acto interior del Espíritu. La participación en la vida divina se realiza mediante una vasta celebración litúrgica que engloba a todo el cosmos. Sin esta apertura a todo lo creado tampoco sería posible la participación amorosa del hombre en el principal acto litúrgico. Si la divino-humanidad se abre al corazón de la historia por la encarnación, y puesto que Dios revela su rostro en Cristo, el hombre, a su vez, descubre cual es su verdadero rostro y cual es su propia vocación; vocación que, además, se inscribe en el carácter irreductible de su persona.

Con el sacramento eucarístico Cristo ofrece al hombre su Cuerpo y Sangre Santísimos para que el hombre sea “un solo cuerpo (σύσσωμος) y una sola sangre (σύναιμος) con Él”, nos dice San Cirilo de Jerusalén (Las Catequesis, 22 o Cuarta catequesis mistagógica, 3, a cura de C. Riggi, Città Nuova, Roma 1993, p. 456, Colecciόn de textos patrísticos 103). Cristo mismo la primera vez que habló de este misterio dijo: “quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Juan 6, 56). El hombre recibe en sí a Cristo y Cristo al hombre. Cristo es al mismo tiempo habitación del hombre y huésped del hombre. Ésta es la demostración de su amor.

Debemos, dice San Juan Crisóstomo, conocer “el milagro de los misterios... Nos convertimos en un solo cuerpo y miembros, como está escrito, a través de su carne y sus huesos” (Ef. 5,30). Y continúa: “... Nos mezclamos con aquella carne... con el alimento que nos ha dado...”, para concluir el mismo Santo Padre: “Para esto se ha mezclado con nosotros y se ha convertido con nosotros en un solo cuerpo, para que fuésemos con Él una sola cosa, como el cuerpo está unido a la cabeza” (Sobre el Evangelio de Juan, 6, 2-3, PG 59, 260).

El fiel, gracias a la Divina Comunión, se hace con Cristo un solo cuerpo, una sola mezcla, una única amalgama. Todo esto se verifica no solo en teoría si no en la realidad misma. Al amor de Dios no le basta con la encarnación, la pasión y el sepulcro, si no que llega hasta la cristificaciόn del hombre, a través de la Eucaristía, enseña el Crisóstomo (Comentario al Evangelio de San Mateo, 82, 5, vol. 3, p. 300). Esta unidad la explica San Gregorio Palamás de la siguiente manera: “Porque en el Tabor su cuerpo fuente de la Luz y de la Gracia todavía no estaba unido a nosotros: iluminaba desde fuera a aquellos que se acercaban dignamente y enviaba la iluminación a sus almas mediante el sentido de la vista; pero ahora, puesto que se ha hecho uno con nosotros y existe en nosotros, ilumina el alma precisamente desde nuestro interior” (Tratado en defensa de los Santos Hesicastas).

Las palabras de los Santos no son filosofía para impresionar el auditor. Son resplandor de sus corazones llenos de la Luz y de la Vida de Cristo. Y el ambiente en al cual se vive y se mueve el santo es el del resplandor de la Luz de Cristo. El mundo se convierte en eucaristía, la creación entera se santifica y se renueva, porque el hombre está santificado y cristificado. El hombre se convierte, por gracia, en Cristo y el mundo en “casa de Dios”. El misterio eucarístico es la puerta a través la cual Cristo entra en el hombre y en el mundo. 

b) Constitución de la Iglesia

Si tomamos la definición general que dan de la Iglesia los Santos Padres como la vida divina entre los hombres, vida que nos hace conocer la comunión de las tres Divinas Personas, la Iglesia será sentida como un ágape, como una comunidad en la que la vida se expresa en una experiencia real de servicio y de fraternidad, en la que el acto de fe y el acto de adoración se encuentran indisolublemente enlazados. La Divina Liturgia ortodoxa es una liturgia de celebración en la que el hombre se convierte en sacerdote del mundo, en celebrante de la existencia.

La Ortodoxia tiene una visión muy precisa de la relación entre acción sacramental e Iglesia, entre Eucaristía e Iglesia. Tomando como base el concepto patrístico que ve en la Eucaristía el sacramento de la unidad de la Iglesia, es decir, la manera por la cual la Iglesia se realiza, la comunión en el sacramento de la eucaristía significa precisamente la comunión en la Iglesia Una y Única. Esta unidad no es moral, si no ontológica; la unidad eclesial y la plenitud de la fe son imperativos, son exigencias de pertenencia que no tenemos derecho a poner en duda.

Conviene aclarar un malentendido: este concepto de Iglesia eucarística no convierte a sus miembros en un gueto litúrgico. Participando de la vida divina la Iglesia debe ser imagen fiel de la Santa Trinidad, o lo que es lo mismo, de un dinamismo vivo en que en las Divinas Personas hay perfecta unidad de amor y no jerarquías de superior e inferior. El acontecimiento eucarístico es el momento en que nos convertimos en partícipes de Cristo de la manera más total e íntima: todo lo que Él es, “sacerdote, profeta y rey”, todo eso nos es concedido a nosotros.

La Eucaristía es el lugar privilegiado en el que el hombre litúrgico descubre su vida a la luz del que da la Vida. Este calificativo de hombre litúrgico se entiende actuando siempre en la Asamblea eucarística de la Iglesia y no en grupos aislados, es decir fuera de la comunión eucarística, no se realiza la plenitud de vida en Cristo y en la Iglesia. En la Didajé leemos: “Como este pan estaba disperso por las colinas y ahora una vez reunido se ha convertido en un solo pan, así se reunirá Tu Iglesia desde los confines de la tierra para formar Tu Reino”. La Eucaristía no admite una concepción individualista, ni se trata, al menos en el Oriente cristiano, de un asunto que atañe a la piedad privada, si no como el sacramento en el que la Iglesia se revela en su realidad total.

El sacramento de la unidad manifestado en su total plenitud en la Iglesia anticipa la parusía de Cristo. No es una anticipación en el sentido del Antiguo Testamento, que figuraban acontecimientos por venir, si no en el sentido de que es portador de aspectos de la parusía ya realizados. Por la Divina Liturgia la Iglesia entra en la meta-historia y en el meta-tiempo. Cada Divina Liturgia es la renovación del descenso del Espíritu Santo sobre los Santos Dones y sobre el pueblo reunido para comulgarlos. Las palabras de Cristo pronunciadas antes por parte del sacerdote se convierten en milagro por y solamente por la Epíclesis y al mismo tiempo es la llamada a la unidad por la participación en el único Espíritu. La κοινωνία (comunión) en el Espíritu Santo no sólo es fruto de su descenso, sino también de la condición para participar en el mismo pan y en el mismo cáliz.

La Iglesia nace de Cristo y se nutre de Cristo. Este nutrimento divino edifica la Iglesia en Cuerpo de Cristo. Nosotros, si también hemos muchos, gracias en el único pan, el Cristo, constituimos un único cuerpo: la Iglesia. De tal manera que cada sínaxis eucarística es una sínaxis de la Iglesia en su totalidad, porque la Eucaristía es el misterio de Cristo.

Conclusión

Dice San Nicolás Cavásilas en su obra “Explicación de la Divina Liturgia”: “Coherederos de las mismas riquezas de Cristo ... aquí abajo debemos cuidar de lo siguiente: Acoger sus dones, guardar sus favores y no rechazar la corona que Dios nos ha tejido”. De esto que hemos leído parecería que el hombre debe adoptar una actitud pasiva en orden a recibir la gracia divina, distribuida libremente por Dios y administrada en sus misterios. Nada de eso. Rechazamos esa especie de quietismo. Debemos recordar el compromiso personal, eminentemente activo y participativo del cristiano para estimular la necesidad de pedir la gracia de Dios. Sigue diciendo el maestro bizantino que “hay que tener en cuenta que Cristo, que nos convida a su banquete, lucha a nuestro lado”, para tomar a través de la Divina Liturgia dignamente parte en su Vida.

Concluyo con esto que muchas santas personas han vivido y continúan viviendo y que la tradición ortodoxa pone en evidencia continuamente referente a la Divina Liturgia. Cuando el sacerdote comenzó a revestir sus ornamentos, apareció ante él la luz de los ángeles, parecida a la luz del alba. Cuando comenzó el rito de la preparación de los Santos Dones, un ejército de ángeles se distribuyó por las cuatro esquinas del templo. Una vez que el sacerdote concluyó la preparación y cubrió los Santos Dones con los velos una luz intensa los cubrió también: porque los velos visibles manifiestan la luz ininteligible que cubre las ofrendas. Cuando llegó el momento de la Gran Entrada y el sacerdote salió con los Santos Dones lo precedía una luz que cubría a todos los fieles. Cuando los Dones fueron depositados en el altar, la luz resplandecía sobre aquél. Después de la consagración el Señor se apareció sentado en el disco en la figura de un niño rodeado de luz. Al terminar la Divina Liturgia vio al Divino Niño ascender al cielo, junto con los ángeles, con gloria y honor. Esta luz es la Luz increada cuya visión la reserva Dios a sus Santos.

Apéndice

Homilía Catequética Pascual de San Juan Crisóstomo, Arzobispo de Constantinopla-Nueva Roma

Aquél que es devoto amante de Dios, que disfrute de la hermosura de esta fiesta resplandeciente. Aquél que es un siervo agradecido, que entre alegre en el regocijo de su Señor. Aquél que se cansó ayunando, que lleve ahora el denario. Aquél que trabajó desde la primera hora, que acepte su justa gratificación. Aquél que ha llegado después de la hora tercera, que festeje agradecido. Aquél que llegó después de la hora sexta, que no dude, pues nada pierde. Aquél que tardó hasta la hora novena que se aproxime sin vacilación. Aquél que llegó a la hora undécima, que no teme por su tardanza, porque el Soberano es generoso, acepta al último como al primero; concede el descanso al que trabaja desde la hora undécima como al que ha trabajado desde la hora primera; se apiada del último y satisface al primero; da a éste y concede a aquél; recibe las obras y se complace con la intención. Honra los hechos y alaba el empeño. Entrad, pues, todos vosotros al gozo de vuestro Señor.¡ Primeros y últimos! Recibid vuestra recompensa. ¡Ricos y pobres! Regocijaos juntos. Vosotros que anduvisteis en abstinencia y vosotros perezosos, celebrad el día. Habéis guardado el ayuno o no lo hicisteis, regocijaos hoy. La Mesa está colmada, deleitaos, pues todos. Que nadie se marche hambriento. Participad todos de la bebida de la fe y disfrutad de la riqueza de la bondad. Que nadie se aflija quejándose de la pobreza, porque el Reino Universal se ha manifestado. Que nadie se lamente por haber pecado una y otra vez, porque el Perdón ha surgido del sepulcro brillando. Que nadie tema la muerte, porque la muerte del Salvador nos ha liberado. Él ha destruido la muerte padeciéndola; y destruyó al infierno cuando descendió a él, pues éste se amargó cuando saboreó Su cuerpo; como Isaías anticipó y lo contempló, pues clamó diciendo: El Infierno, fue amargado cuando Te encontró en él abajo. Ha sido amargado; porque ha sido anulado. Ha sido amargado; porque ha sido burlado. Ha sido amargado; porque ha sido destruido. Ha sido amargado; porque ha sido encadenado. Recibió un cuerpo, y descubrió a Dios. Tomó tierra y contemplándola, encontró cielo. Tomó lo que estaba viendo, y fue superado por lo que no vio. ¡Muerte! ¿Dónde está tu poder? ¡Infierno! ¿Dónde está tu victoria? Cristo ha resucitado y tú fuiste aniquilado. Cristo ha resucitado y los demonios cayeron. Cristo ha resucitado y los ángeles se regocijan. Cristo ha resucitado y la vida vino a todos. Cristo ha resucitado y los sepulcros se vaciaron de los muertos. Cristo ha resucitado de entre los muertos llegando a ser el Primogénito de los muertos. A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

 


“SOCIETA’ DEL MERCATO,

RELIGIONI E PROVOCAZIONE DEL MATELIARISMO”

(Cracovia, Comunità di Sant’Egidio-Incontri per la Pace, 07.09.2009)

                 La prima cosa che leggiamo nella Bibbia è un atto di libertà. Dio è libero e anche l’uomo è libero perché è stato plasmato a Sua immagine e somiglianza. La libertà dell’uomo consiste nella sua capacità di svilupparsi ed agire con ragione nel tempo e nello spazio. Conseguenza di questo legittimo sviluppo è ad arrivare ad una “legittima secolarizzazione”. Bisogna che ogni uso di questa parola sia fatto con tanta cautela, perché può provocare interpretazioni erronee. Questa “naturale secolarizzazione” si basa alla distinzione tra Creatore e creatura, sacro e profano, Dio e Cesare.

Però, unicamente alla capacità di sviluppo dell’uomo esiste anche la capacità massimalista della tentazione e dell’errore, che a sua volta può provocare conseguenze pessime. Naturalmente, la Verità non è flessibile, perché è una e unica. Anche quando non può essere totalmente realizzata da parte della maggioranza degli uomini, comunque non permette di essere annullata, come anche non permette di essere sostituita da varie mezze verità.

Curiosamente, fin dal principio della sua esistenza, l’uomo ha considerato la dimensione della sua libertà come autonomia e separazione da Dio, come la possibilità di decidere in maniera autonoma individualista ciò che è buono e ciò che è male. L’uomo si è sempre sentito attratto da questa tentazione di costruire i propri dei o, meglio, come dice il brano biblico, “essere come Dio”. Conseguenza di ciò è che l’uomo costruisce la sua libertà sulla sua autonomia e su un certo antagonismo con Dio, invece di costruirla sulla fiducia in Lui. Il risultato di questa erronea scelta dell’uomo lo conosciamo benissimo: la disgrazia e la morte.

Di nuovo nell’uomo moderno vive il fantasma di Nietzche, l’intenzione di “uccidere Dio”. Questa volta non usa trattati filosofici ma azioni personali concrete. Vive come se Dio non esistesse, perché crede che Dio è superato, sostituito da se stesso. Non si tratta di famose retoriche ateiste, né delle masse tiepidi che frequentano le nostre Chiese, ma di coloro che hanno perso il senso di Dio. Per questa categoria di uomini la nozione del divino è fuori da ogni considerazione perché infastidisce e l’unica realtà che esiste è la ricerca del benessere e la soddisfazione dell’individuo.

Però, questo esercizio della libertà come separazione da Dio non risulta né assoluto né onnipotente come si pensava e ci sembrava. Dalla nascita fino alla morte la nostra esistenza percorre una continua successione di fatti che non possiamo controllare. Non deve stupirci il numero elevato di suicidi, in maggioranza di giovani, nella sviluppata e avanzata nostra Europa, appunto perché esserci liberi per niente è semplicemente angoscioso.

Il secolarismo materialista attuale, che sorge dall’umanismo e illuminismo ateista, considera l’uomo il centro e la fine di tutte le cose. Hegel, a suo tempo, ha detto che “per l’uomo di oggi, la lettura del giornale ha sostituito l’esercizio della preghiera”. Oggi, non leggiamo neanche i giornali – dei libri non si parla -  sostituiti dai nuovi mezzi di comunicazione di massa (televisione e internet), molte volte caratterizzati dal loro contenuto volgare. Purtroppo, una cultura senza Dio genera una cultura senza valori. Nelle Costituzioni dei nostri paesi, nei Trattati tra gli Stati o nelle Dichiarazioni degli Organismi Internazionali, appaiono concetti con i quali tutti siamo d’accordo come per esempio: “Ci impegniamo a difendere la dignità delle persone … ad abolire le differenze tra le classi sociali …a realizzare l’uguaglianza tra uomo e donna …ecc”. Nessuno dubita su questi programmi. E’ meraviglioso contribuire “comunemente” in questi programmi, perché credo che tutti siamo d’accordo con il loro concetto, ma con quale contenuto? Per esempio: tutti siamo d’accordo a difendere la dignità della vita umana. Però in che senso? Della nascita o della non nascita? La prima cosa che deve fare l’uomo è vedere correttamente la realtà, vedere le cose come sono e non come gli sembra o gli conviene che siano, cosa che non è per niente facile. Vorrei proporvi un esempio letterario dal paese dove vivo ed esercito la mia opera pastorale. Nella narrazione spagnola famosa nel mondo “Don Quijote de la Mancha”, esistono vari passaggi in cui si vede differenti punti di vista tra i personaggi: lì dove Don Quijote vede un casco di guerriero, Sancho vede un vaso di barbiere; e lì dove Sancho vede mulini a vento, Don Quijote vede nemici giganti. Questo esempio forse è esagerato e oggi non è possibile ragionare come i due sopranominati personaggi. Ma la realtà in cui viviamo ci insegna che incontriamo differenti posizioni più drammatiche di quelle suddette. Per esempio le differenze tra un terrorista e un cittadino pacifico, tra un difensore dell’aborto e un difensore de la vita, tra uno che vive fuori legge e uno che vive sotto la legge, tra uno che vende droga e uno che vende gelati …ecc.

Sostituire la libertà basata sulla fiducia in Dio con quella basata al sospetto nei Suoi confronti; sostituire la solida etica dei valori con la liquida etica del relativismo, è aprire la porta al “tutto vale”, con conseguenza per esempio che un assassinio può essere considerato giusto per un terrorista, un aborto essere considerato un’interruzione della gravidanza per uno e un crimine per un altro, come a Bruto sembrò un atto di amore per Roma l’assassinio di Cesare.

La peculiarità del secolarismo ateista della nostra epoca non è che l’uomo di oggi vive lontano da Dio, cosa che è successa sempre e in tutte le epoche e culture, quanto piuttosto il fatto che questo fenomeno viene presentato e considerato come una caratteristica normale dei nostri tempi e della nostra società.

Purtroppo, di fronte alla provocazione materialista, forse la Chiesa non dà l’impressione di essere una barca ben solida e soffre per le onde e i venti navigando nell’oceano della società consumista, però non dobbiamo dimenticare che Cristo camminò sopra le acque. Oggi, come ai tempi del suo Divino Fondatore, la Chiesa non ha potere in senso di forza mondana o dominio sociale, ma continua la sua azione salvifica, irradiando al mondo moderno l’amore tra gli uomini e la dignità della loro libertà. In maniera uguale non deve dimenticare che anche le Chiese vengono tentate da questo clima relativista, che chiede moderarsi e accomodarsi alle esigenze dei nostri tempi moderni per attirare più credenti, cosa che è un puro clientelismo. L’esperienza dice che chi non crede per convinzione propria o per motivi morali, anche se vedrà un morto resuscitarsi non crederà. Allo stesso modo la Chiesa non viene aiutata da persone che hanno buone intenzioni ma sono creduli.

La Chiesa non è un’impressa né un partito politico, né un movimento sociale o un sindacato. La fede costituisce la sua semplice e sempre efficace strategia contro il materialismo. Le verità della fede e della morale devono essere considerate come la cosa primaria. Naturalmente la Chiesa deve adattarsi ai nostri tempi, cosa in cui insiste la Santa Tradizione, però non deve essere allineata su ciò che desidera la maggioranza della gente e la moda del momento, cioè non deve cadere nella tentazione del clientelismo. Per quanto riguarda al progressismo, bisogna prima chiarire la sua direzione, perché da se stessa questa parola non dice niente. Sempre il progresso da se stesso è buono e necessario, ed è proprio di ogni essere umano cercare qualcosa di più nella propria vita, ma chiamarsi progressista e qualificare gli altri conservatori, tradizionalisti o integralisti perché non la pensano alla stessa maniera mi pare un argomento tipico di un uomo intellettualmente molto povero.

Mi pare che oggi, come sempre, la Chiesa ascolta le varie voci critiche, le valorizza e trae un’esperienza utile. Quello che non può fare la Chiesa è accontentare la massa, chiamare il male bene, perché questo costituisce un tradimento della sua missione.                           

Malgrado il fatto che regni la secolarizzazione, la religiosità non è sparita dall’uomo di oggi. L’uomo odierno occidentale capisce di vivere in una enorme decadenza per la quale anche le Chiese, almeno dal punto di vista istituzionale, hanno le loro colpe, insistendo su attività sociali e dimenticando così i valori interiori spirituali, come per esempio l’ascesi, che costituisce il miglior antipodo al consumismo. La crisi attuale non è altro che un prodotto della crisi spirituale. Questa malattia domina a causa della incapacità, o meglio della non volontà dell’uomo odierno di considerare l’uomo come una unità indissolubile, costituita da corpo, anima e spirito inseparabili. Chi chiede di separare queste tre componenti dell’uomo e ridurre la dimensione spirituale in campo puramente privato, riduce la persona ad un semplice individuo, ad un oggetto materiale.

Una tentazione ed un pericolo appare per la Chiesa: confondere la religione con la sociologia, riducendo il cristianesimo ad un organismo filantropico. L’obbiettivo vero della Chiesa è il Regno di Dio, dimostrando allo stesso tempo che il concetto ben compresso di Dio non arriva al fanatismo, ma alla ragione e alla sapienza, perché, malgrado le sue resistenze, la nostra società ha sete spirituale e non cessa di cercare Dio.   



“UNITA’ CRISTIANA, PERCHE’ IL MONDO CREDA”

(Cracovia, Comunità di Sant’Egidio-Incontri per la Pace, 07.09.2009)

                 Il primo ad occuparsi seriamente e con grande angoscia dell’argomento di questa tavola rotonda è stato il Signore stesso poco prima della Sua passione salvifica, nella cosiddetta “Preghiera Pontificale” (Gv 17, 1-26). In questa preghiera a Dio-Padre la principale preoccupazione del Suo Unigenito Figlio e Verbo era proprio l’unità dei Suoi discepoli e di coloro che attraverso loro crederanno in Lui, perché “il modo creda che Tu mi hai mandato” (Gv 17, 21).

Chi crede e lavora oggi seriamente per l’unità dei Cristiani deve avere sempre come suo emblema queste parole del nostro Signore e Salvatore, perché la divisione degli odierni cristiani potrà essere spesso e facilmente usata in funzione apologetica da parte di terzi contra la fede cristiana e soprattutto contra la Chiesa.

Radunati qui per approfondire – quanto è possibile all’uomo – il mistero dell’Unità, rivolgerò al vostro amore, in qualità della mia funzione di teologo e vescovo della Chiesa Ortodossa, alcune riflessioni e pensieri, forse difficili per l’uomo moderno secolarizzato e materialista, ma attualissimi, che a mio umile parere costituiscono i veri presupposti riguardo all’Unità.

Fin dai primi istanti della sua vita storica la Chiesa è cosciente del fatto che la sua unità non è una semplice questione di attività ideologica o frutto di strutturazione organizzativa. La Chiesa non è una istituzione “religiosa” della vita sociale. Ἐκκλησία, Chiesa, significa riunione, adunanza, un evento originario di comunione tra gli uomini e tra essi e Cristo. A proposito San Giovanni Crisostomo dice: “Il nome ἐκ-κλησία non è un nome indicante separazione, ma unione; è un nome che indica sinfonia” (Omelia sulla Prima Lettera ai Corinzi, P.G. 61, 13). Lo stesso Santo Padre, molto sensibile per quanto riguardo l’unità della Chiesa, in un altro punto afferma: “Lacerare la Chiesa è peggio che cadere nell’eresia”.

La Chiesa è creazione di comunione, di un concreto modo di comunione tra gli uomini e tra uomini e Dio. La realtà della comunione ecclesiale differisce dai sistemi politici e ideologici di organizzazione sociale, che hanno come scopo finale la più piena soddisfazione dei bisogni individuali di ogni unità sociale. Agli antipodi di ciò si trova la realtà della comunione ecclesiale e il mondo di esistenza dell’uomo che essa presuppone: l’uomo come evento esistenziale di comunione e di relazione, secondo l’icona del Dio Trino, il Prototipo Trinitario.

Evento fondante della Chiesa è l’incarnazione del Dio Logos. Non un insegnamento religioso, non una nuova teoria metafisica, ma un evento storico concreto che taglia in due la storia complessiva degli uomini: “Mentre Ponzio Pilato era governatore della Giudea, nell’anno decimo quinto dell’impero di Tiberio Cesare” (Lc 3,1), Dio diviene uomo, concreta persona storica: Gesù, il Cristo di Dio, che non ha fondato nessuna religione, ma la Chiesa Una e Unica, luogo per eccellenza della divinizzazione dell’uomo.

L’evento storico dell’incarnazione di Dio rivela anzitutto il modo della vita divina, che è amore (1 Gv 4,8); l’amore non come proprietà etica, ma come realtà ontologica, che secondo San Massimo il Confessore significa verità esistenziale, verità di unità, di comunione e di relazione (cfr Questioni a Talassio, 54, P.G. 90, 516 A). Tale unità manifesta all’interno della storia la Divinità come Trinità di Persone e Unità di Natura. La verità del Dio Uno e Trino si rivela nell’assunzione della natura umana da parte del Logos. L’incarnazione del Logos – la concreta realtà storica della κένωσις (svuotamento) di Cristo – rappresenta per l’uomo un nuovo modo di esistenza: il modo di esistenza trinitario; la possibilità di sintonizzarsi con l’icona della comunione trinitaria, il prototipo dell’amore trinitario. Svuotarsi dagli elementi dell’autosufficienza individuale e dei sogni messianici di “felicità generale” che la civiltà del benessere e del consumo impone all’uomo di oggi e acquistare la pienezza della comunione personale.

Secondo i Santi Padri della Chiesa l’uomo è stato plasmato per attuare la Chiesa. Ma oggi che fa l’uomo per quanto riguarda la Chiesa e la sua unità? La risposta è semplice: si occupa più dell’unione delle chiese, come organismi ecclesiastici istituzionalizzati, che dell’unità della Chiesa. Così il tema cruciale dell’unità della Chiesa diventa piuttosto una questione strettamente “inter-ecclesiastica”, gestita dalla burocrazia ecclesiastica e perciò sostituisce un obbiettivo raggiungibile, senza però che la vita degli uomini cambi essenzialmente.

Contrariamente ad una unione in genere delle chiese, l’unità della Chiesa è immediato problema di vita degli uomini nel loro insieme. Un problema di qualità della vita, un problema di verità e di autenticità della vita umana. E perciò è anche più difficilmente accessibile con la mentalità della nostra moderna società secolarizzata. L’unità della Chiesa è immediato problema di vita degli uomini nel loro insieme, perché concerne il modo di esistenza dell’uomo: l’uomo “secondo natura” e “secondo verità”. Essa non mira a finalità utilitaristiche, e di conseguenza non può essere compresa e perseguita con le misure razionali che applichiamo per migliorare o cambiare le istituzioni sociali e le forme organizzative della vita umana. La verità dell’unità ecclesiale è verità esistenziale: si riferisce all’autenticità dell’esistenza dell’uomo. Non può, dunque, conciliarsi con le forme convenzionali di convivenza sociale e di organizzazione istituzionalizzata, perché tali forme presuppongono l’uomo soltanto come individuo. Fino a quando l’unità della Chiesa non costituirà una verità esistenziale dell’uomo, il “cristianesimo” rimarrà un’ideologia socialmente insignificante e formalmente istituzionalizzata, un “complemento religioso” soggettivo della vita dell’uomo.

La verità esistenziale dell’unità ecclesiale, è verità cattolica, concerne l’uomo "καθόλου", cioè nella sua totalità, è l’autenticità dell’esistenza e della vita umana, non soltanto un problema interno agli organismi ecclesiali, come, purtroppo, viene intrapreso spesso oggi. Tale autenticità esistenziale è stata resa possibile dall’incarnazione di Dio, dal modo concreto di esistenza di Cristo Salvatore. E tale modo di esistenza è l’unità e la comunione delle persone nel Corpo mistico divino-umano della Chiesa, è l’unità della Chiesa Una e Cattolica, l’icona del Prototipo Trinitario dell’esistenza umana.

La divisione rappresenta, prima di tutto, una negazione o un’ignoranza istituzionalizzata della verità esistenziale dell’unità della Chiesa, un estraniarsi dalla cattolicità della verità della Chiesa, dalla stessa vita vera degli uomini. Ove si realizza l’unità come relazione di vita e di comunione secondo il Prototipo Trinitario, la comunione amorosa della Tre Persone della Santissima Trinità, lì è anche la salvezza cattolica del mondo intero. Come Cristo ama con il senso patristico dell’eros ek-stàtico Dio Padre e lo Spirito Santo e queste due Persone a loro volta Cristo, così amiamoci reciprocamente dentro il Corpo mistico della nostra salvezza, la Chiesa Una, Santa, Cattolica e Apostolica. Così la divisione non entra o una volta entrata per causa delle passioni umane cessa automaticamente e regna l’unità.

La Chiesa Ortodossa ancora oggi crede fermamente all’esistenza della Chiesa Una e Unica, quella Chiesa che la Santa Scrittura definisce senza ruga e senza macchia (Ef 5, 27). E’ la Chiesa dei Santi e dei redenti in Cristo e non la Chiesa di Paolo, né quella di Apollo o Cefa (cfr 1 Cor 1,12). E’ la Chiesa della Trasfigurazione e della Resurrezione pienamente incontrabile nei Santi che possono cambiare la vita di chi li incontra. Ecco perché Nicholas Motovilov, dopo il suo famoso incontro con lo Starets Serafino di Sarov, uscì profondamente trasformato. Unità e Santità si collegano inseparabilmente. Questo collegamento tra Santità e Unità lo incontriamo anche nell’insegnamento dell’indimenticabile Papa Giovanni-Paolo II. Veramente i Santi costituiscono un solido ed autentico ponte di Unità. E malgrado i tempi apocalittici che viviamo e la carestia di sante persone e guide spirituali, di Starets, quest’ultimi non mancano e continuano ad essere prodotti dal Corpo della  Chiesa, anche se in numero inferiore, preferendo stare lontano dal mondo. Ciò ci permette alla domanda dei Natanaele odierni: “Da Nazaret può mai venire qualcosa di buono”, rispondere come Filippo: “Vieni e vedi” (Gv 1, 46). Una risposta non teorica o ideologica, ma ontologica, uscita dall’esperienza vissuta.      



Gv 14, 27: “Vi lascio la pace, vi do la mia pace. Non come la dà il mondo, io la do a voi.

Non sia turbato il vostro cuore e non abbia timore”

Cracovia, Preghiera Ecumenica per la Pace

 Chiesa Kościół Mariacki, 08.09.2009 

                 Eminentissimo e reverendissimo Signor Cardinale Stanislaw Dziwisz, Arcivescovo-Metropolita di Cracovia,

                 Eminenze, Eccellenze, Reverendissimo Monsignori e Padri,

Cari fratelli e care sorelle in Cristo,

 

Il Signore Gesù attraverso i Suoi Santi Discepoli ci lascia la pace. Non è causale il momento in cui compie questo atto significativo. Lo fa poco prima della Sua Passione salvifica, come ha fatto parlando dell’unità “perché il mondo creda che Tu mi hai mandato” (Gv 17,21).

Gesù non ci lascia una pace comune, una pace in genere, una pace astratta, ma una pace concreta. E su questo punto è categorico e molto chiaro. Ci lascia la Sua pace che è diversa da quella del mondo. Perché porta una tranquillità, una quiete, una calma interiore al corpo e all’anima che allontana ogni turbamento e timore dal cuore umano.

 

 

La parola “pace” è molto presente nei discorsi del Signore. Possiamo anche dire che questo argomento vitale è da Lui molto amato, perché è come se parlasse di se stesso, che è la pace in persona, la pace per eccellenza.

 

                 La pace è un bene prezioso che tutti inneggiamo e invochiamo, ma di cui pochi si prendono cura affinché  fruttifichi e domini nel mondo. Spesso, al posto della pace vengono serviti i conflitti, le contrapposizioni, le guerre tra le nazioni, nelle società, nelle famiglie e negli uomini che vivono divisioni e turbamenti. Questa terra martoriata conosce bene che significhi la guerra, perché l’ha vissuta in modo terribile proprio 70 anni fa.

 

Gesù prima di lasciarci la pace, la Sua pace, parla di “amore” (Gv 14,23-24) e di “Spirito Santo” (Gv 14,26). In questa maniera collega in modo indissolubile la pace con l’amore e lo Spirito Santo. La vera pace presuppone l’amore disinteressato e tutti e due, amore e pace, sono frutti dello Spirito Santo, come afferma l’Apostolo delle Genti, San Paolo, nella sua Lettera ai Galati (5, 22-23).

 

In un mondo che ha allontanato Cristo dalla sua vita, che ha adottato come modo di vita la forza di rottura del peccato, che ha negato la beata pace del Dio-Uomo, è però naturale che si presentino eventi e fenomeni tragici che degradano la personalità umana e stroncano il valore umano. Il mondo oggi “sta nel male”, e dimentica che il Signore chiamava beati gli operatori della pace e li chiamava “figli di Dio”, dando parallelamente anche una via di giustificazione e salvezza personale a chi abbia scelto nella sua vita la pace di Dio e l’abbia trasmessa anche agli altri.

 

La mancanza di pace nel mondo odierno si deve, principalmente, a mio umile parere, a tre motivi e fattori.

 

La prima causa è l’allontanamento della nostra società secolarizzata dalla volontà di Dio. L’uomo non è cin grado di ottenere la pace lontano da Cristo, perché Egli “è la nostra pace”, la fonte della pace. Abbiamo menzionato le parole paoline secondo cui la pace è frutto dello Spirito Santo. Ma per fruttificare è necessario che nel mondo regni lo Spirito di Dio, che è per eccellenza Spirito di pace. Bisogna che il mondo riconosca il vero Dio, ritorni alle Sue braccia e riacquisti la virtù perduta.

 

Il secondo fattore è la pacifica convivenza e relazione con il nostro vicino, il nostro prossimo. Perché accada questo “presupposto esistenziale è che ogni uomo abbia coscienza dei propri sbagli”, come sottolinea sapientemente San Silvano l’Athonita. Abbandonare l’egoismo e la consolida tendenza dell’uomo a comandare, governare e dominare sugli altri. Nei nostri giorni, per fortuna, non si sono guerre mondiali, ma la pace viene sempre ferita gravemente, sanguina continuamente come la donna della pericope evangelica (Lc 8,41-56), ma questa ultima ha ricevuto la guarigione da parte del Re della pace, esortandola infine: “va in pace”. La frenesia dell’uomo odierno per dominare e prevalere, usando ogni mezzo legittimo e illegittimo, ha come conseguenza immediata le ingiustizie e le ineguaglianze che tutti osserviamo.

 

Il terzo motivo è la pace personale, perché essa non è una situazione esterna, ma soprattutto una questione interna e del cuore. Per raggiungerla, è necessario che sia allontanato l’odio e l’ira, la critica ingiusta, la tentazione verso il peccato e che siano superare le passioni con la preghiera, il pentimento e l’ascesi.      

 

Gesù ha pacificato con il sangue del Suo sacrificio sulla Croce ciò che si trovava sotto il regime della divisione e della corruzione: la stirpe umana. La pace secondo i Santi Padri della Chiesa ha un doppio carattere: spirituale e materiale, perché appunto se non esiste pace nel corpo, non può esistere anche nell’anima e all’inverso. La pace corporale ha come conseguenza l’umiltà, la tranquillità, la quiete, la preghiera, la vita spirituale, mentre quella dell’anima porta alla purificazione, all’illuminazione, alla santità e alla perfezione in Cristo. E il Corpo mistico divino-umano della Chiesa è il luogo dell’eccellenza dove si acquista la pace del corpo e dell’anima, la pace interiore di Cristo, e da essa viene irradiata al mondo. Questa pace i Santi Padri teofori la definiscono: “la pace che supera ogni mente” (εἰρήνη ἡ πάντα νοῦν ὑπερέχουσα) e guida alla santificazione, perché come dice San Nectario d’Egina: “La pace è la luce che fa sparire il buio del peccato”, per concludere San Paolo, basandosi sull’affermazione analoga del Signore nel Suo Discorso della montagna (Beatitudini), “che senza la pace e la santificazione nessuno può vedere Dio” (Ebr 12,14).

 

La pace  di Cristo deve accompagnare la vita e le opere nostre, caratterizzare il nostro status personale e le nostre relazioni con Dio e con il nostro prossimo, perché pacificandosi con Dio Trino, Datore della vera pace, e con il prossimo, rispende la pace anche al mondo che ci circonda.

 

Questo è lo scopo che ha animato e continua ad animare la Comunità di Sant’Egidio, a me tanto cara dal mio lungo servizio sacerdotale nell’amata Italia. La Comunità ha compreso la forza e le possibilità che hanno le Chiese e le Religioni e soprattutto la preghiera e il dialogo comune perché seccano i conflitti e regni nel mondo la pace. Ispirata dallo “Spirito di Assisi”, dovuto e realizzato dal beato servo di Dio, l’indimenticabile Papa Giovanni-Paolo II, figlio di questa terra martoriata e Pastore fedelissimo per tanti anni della Chiesa di Dio che è in Cracovia, il quale è presente spiritualmente in questo sacro momento e rallegrandosi in cielo ci invia la Sua santa e incoraggiabile benedizione, (la Comunità) continua con tanta fede e speranza al Re della pace e instancabile forza e coraggio ad operare affinché la pace di Cristo sia possibile nel nostro mondo turbato, secolarizzato e materialista.

 

La presenza e la attiva partecipazione del Patriarcato Ecumenico di Costantinopoli, che ho il grande onore e privilegio di rappresentare, portandovi il saluto fraterno di Sua Santità il Patriarca Ecumenico Bartolomeo I, amico sincero della Comunità e sostenitore dei suoi sacrosanti ideali, e delle altre Chiese Ortodosse autocefale locali negli Incontri per la Pace della Comunità di Sant’Egidio, vuol mostrare l’impegno comune perché la pace, la vera pace, la pace di Cristo rimanga sempre tra gli uomini e non ci abbandoni. 

 

Per le intercessioni della Santissima Madre di Dio e Semprevergine Maria, la Regina della pace, di cui oggi festeggiamo la Nascita, di Sant’Egidio vescovo e martire, di San Francesco d’Assisi e del servo di Dio Giovanni-Paolo II spalanchiamo le porte al Re della vera ed autentica pace Gesù Cristo, nostro comune Signore e Salvatore!

 

A Lei Eminentissimo e reverendissimo Signor cardinale Dziwisz, che molti di noi qui presenti abbiamo avuto il grande onore di conoscerLa come il carissimo don Stanislao, affianco al fedele servo di Dio e servitore della Papa Giovanni-Paolo II, si dirige il nostro profondo ringraziamento per queste belle giornate che abbiamo vissuto nella nobile e reale città di Cracovia. Il nostro fervide augurio e preghiera “ad multos annos” – “eis pollà èti Dèspota” Le accompagna sempre. Amen!     

 


              † Metropolita Policarpo Stavropoulos

Arzobispo-Metropolita Ortodoxo de España y Portugal y Exarca del Mar Mediterráneo

Presidente de la Asamblea Episcopal Ortodoxa de España y Portugal

 

“Limosna” y “filantropía” en la Iglesia; la comprensión teocéntrico-eclesial de la solidaridad social”.

 

(Murcia, Universidad Católica San Antonio, 25 de febrero de 2010)

 

Agradezco de todo corazón a los organizadores de las IX Jornadas de caridad y Voluntariado (23/02-07/03/2010), promovidas por el Departamento de Ciencias Humanas y Religiosas de la Universidad Católica “San Antonio” de Murcia, por la invitación de participar en ellas como ponente, en mi calidad de Arzobispo-Metropolita Ortodoxo de España y Portugal.

Es un gran honor no tanto para mi sino la Santa Institución que represento, es decir la Iglesia ortodoxa y particularmente el Patriarcado Ecuménico. Esta región se relaciona con la sede del Patriarcado Ecuménico, la ciudad de Constantinopla-Nueva Roma, por que en Cartagena residió por siglos el Exarca del Emperador Romano de Oriente y Gobernador de la Región Imperial de Iberia.

El título de mi conferencia es: “Limosna y filantropía en la Iglesia; la comprensión teocéntrico-eclesial de la solidaridad social” y se divide en tres parágrafos: a) Parámetros bíblicos sobre el tema; b) Divina Eucaristía y filantropía; c) El carácter teocéntrico-eclesial de la solidaridad social.

 

Parámetros bíblicos sobre el tema

La investigación ha demostrado que el término “limosna”, del griego λεημοσύνη, era desconocido en la literatura griega antigua. La Traducción de los Setenta usa el término para designar la obra filantrópica y la recompensa de Dios hacia el hombre. La limosna de Dios hacia el hombre, además, constituía el modelo para la limosna del hombre hacia su prójimo. Este último concepto de limosna, sin embargo, se presenta en el Antiguo Testamento como una práctica religiosa y no simplemente social.

La dimensión religiosa de la limosna aparece, en principio, por la Ley divina. Pero el interés reside igualmente en la relación de la limosna con la vida litúrgica de Israel. A ello insta la Ley durante la celebración pascual, y a ello anima Tobit a su hijo a hacer durante la celebración de Pentecostés. Ello, también, es testimoniado en la ceremonia de restablecimiento del Arca de la Alianza por David, durante el acto de celebración de los ácimos en Jerusalén, reinando Ezequías, y durante la celebración del “día santo” en tiempos de Esdras. En todos los casos mencionados de limosna durante la celebración de un evento cultual dominarían, seguramente, las afirmaciones de los Proverbios: “Presta a Dios, quien se apiada del pobre; y según su dádiva, se le retribuirá… Quien da a pobres, no carecerá de nada” (Prov. 19, 17 y 28, 27) y de la Sabiduría de Sirac: “Fuego inflamado extinguirá el agua; y la limosna expiará los pecados… Encierra limosna en tus recámaras, y ella te sacará de todo mal” (Sir. 3, 30 y 29, 12).

Por ello el caritativo “es bienaventurado” y abastecido con la seguridad de que Dios “no apartará de él su rostro”. La relación, pues, entre las ceremonias litúrgicas y la limosna en el Antiguo Testamento se empapa, evidentemente, de la convicción de que “el que hace limosna” ofrece a Dios “sacrificio de alabanza”. Esta verdad se pasa al Nuevo Testamento, en el cual se declara que la limosna hacia el prójimo constituye una de las causas de “gloria del Señor” (2 Cor. 8, 19).

En el Nuevo Testamento, sin embargo, se adopta también el sentido general de la caridad, de acuerdo con la terminología veterotestamentaria: “Hacer limosna” y “dar limosna”, significados que se aproximan más a la literatura rabínica. En ambos los casos la limosna es relacionada con la oración, la cual completa y refuerza, tal y como resalta el Apóstol Pedro al centurión Cornelio. Este testimonio, sin embargo, sobre las limosnas de Cornelio, las cuales “subieron como memorial en el acatamiento de Dios” (Hechos 10, 4) – (es decir, para que Dios no se olvidase de Cornelio) – evidencia un marco litúrgico preciso. Además de ello, también la expresión “delante de Dios” en el Nuevo Testamento remite a un marco de oración.

Dentro del marco bíblico-teológico mencionado, no sorprende la declaración del Apóstol Pablo sobre que la limosna constituye un “servicio sagrado” (“λειτουργία”) el cual “se desborda en múltiples hacimientos de gracias a Dios” (2 Cor. 9, 12). Esta terminología es evidentemente cultual y no dista de la relación veterotestamentaria entre limosna y ceremonia ritual. Por otro lado, no se ha de considerar trivial el hecho de que la enseñanza del Señor sobre la verdadera limosna antecede a Su enseñanza sobre la oración, mientras que también el Apóstol Pablo se refiere a la relación de “misericordia hacia Su pueblo” con la “oblación”, es decir, el sacrificio en el templo.

La relación entre la limosna y el culto a Dios no es la única herencia del Antiguo Testamento sobre el tema de la solidaridad con el prójimo: La correspondencia hacia Dios y la creación de “tesoro en el cielo” son vertientes de la enseñanza del Señor sobre la limosna, las cuales “traspasan” al Nuevo Testamento los correspondientes significados veterotestamentarios, y es seguro que denotarían la obra filantrópica de la Iglesia cristiana.

La falta de espíritu misericordioso y filantrópico es reprobada por el Apóstol Pablo cuando, principalmente, se manifiesta con ocasión de la “cena del Señor”: la Divina Eucaristía. Este testimonio exige una atención especial, porque evidencia que el Apóstol esperaba de los destinatarios de su Epístola que mostrasen su filantropía especialmente y en concreto durante esta circunstancia. Es por ello que protesta duramente al observar que la ejecución de la Eucaristía se acompaña de falta de espíritu filantrópico.

Divina Eucaristía y filantropía

Los testimonios de los Hechos sobre el tema de la limosna y la filantropía se condensan en las conocidas declaraciones sobre la propiedad común. Merece especial atención, sin embargo, la constatación de una cohesión entre la Divina Eucaristía y la propiedad común: “Y todos los que habían abrazado la fe vivían unidos, y tenían todas las cosas en común” (Hch. 2, 44). El Apóstol Pablo revela que la sinaxis de los creyentes “en un mismo lugar” explica evidentemente el marco temporal, dentro del cual se desarrollaba la acción filantrópica de la recién constituida Iglesia: El testimonio de que los bienes “los ponían a los pies de los apóstoles” no es posible que remita a ninguna otra reunión – en presencia de los Apóstoles – que no fuera la Divina Eucaristía. Sabemos que la primera comunidad cristiana de Jerusalén se reunía a diario alrededor de la misma mesa: “Unánimemente… partiendo el pan… tomaban el sustento con regocijo y sencillez de corazón” (Hch. 2, 46). El sentido de la unión durante la sinaxis eucarística es resaltado con el término “comunión” (κοινωνία). Los primeros cristianos “perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch. 2, 42).

Estos testimonios remiten a la celebración de la Divina Eucaristía por los primeros cristianos, de acuerdo con la “cena del Señor”, del cual procede la terminología eucarística de la “fracción del pan”. Paralelamente, sin embargo, estos primeros testimonios eucarísticos revelan también el carácter social de la “fracción del pan”, es decir, del ofrecimiento de alimento hacia los muchos miembros pobres de la Iglesia cristiana primitiva. En efecto, a los problemas surgidos en concreto durante las sinaxis se refiere el pasaje Hechos 6, 1: la “murmuración de los helenistas” porque, en el transcurso de las sinaxis eucarísticas diarias, los cristianos hebreos no atendían como debieran a las viudas de los helenistas en el suministro de los alimentos.

Esta práctica eucarística de la asociación entre la “fracción del pan” y la ayuda social para los pobres era el equivalente a la hebrea del “plato del pobre”, el cual compartían a diario, y la “cesta del pobre”, la cual compartían los viernes de cada semana, es decir antes de la celebración del sábado. Observamos, pues, que en la Iglesia cristiana primitiva de Jerusalén, la Eucaristía marchaba a la par de la ayuda social, hecho que se relaciona con prácticas equivalentes del Judaísmo. La diferencia reside en el cambio de día: Para la Iglesia cristiana, la relación de la Divina Eucaristía con la “cena de caridad” (la comida para los pobres) no se realiza el día anterior al sábado, sino el domingo, en el cual, por otro lado, se realizaba también la “colecta” (λογία) de la Iglesia (1 Cor. 16, 2).

Los testimonios citados de los Hechos iluminan la forma de realización de la filantropía en la Iglesia Apostólica. Consideramos, de hecho, que esclarece el testimonio sobre limosna de la Epístola Católica de Santiago, una epístola que parece que estaba dirigida a la sinaxis litúrgica. La “obra” de la limosna queda exceptuada como el suplemento imprescindible, de tal manera que la fe no resulte “muerta”. Y no es causal el paradigma de “fe acompañada de obras”, el cual menciona el escritor de la epístola: Que Abrahán “fue justificado” ofreciendo a Isaac su hijo sobre el altar. La adición de la limosna en conjunción con una praxis de culto a Dios ciertamente no es casualidad.

En la Epístola a los Gálatas, el Apóstol Pablo hace referencia a la decisión del Sínodo Apostólico de Jerusalén (48/49 d.C.) de que los pobres fuesen ayudados, añadiendo que “se esmeró en hacerlo”. Se sobreentiende que Pablo interpreta esta decisión no como un compromiso personal, sino como una obra precisa para todo el cuerpo eclesiástico. Esta obra, no obstante, no constituye una simple iniciativa social de la Iglesia primitiva. San Pablo lo llama “servicio sagrado” (vid. arriba), pero también “comunión” de los misericordiosos con aquellos que alcanzan la misericordia. Y el significado de “comunión” remite a una unidad más profunda, la cual no salvaguardan las relaciones humanas diarias, sino la fe común, tal como se expresaba en la vida religiosa de estas primeras comunidades eclesiásticas. El Apóstol Pablo utiliza una sola vez el término de “colecta” significando la obra filantrópica de las Iglesias de Galacia e Corinto. Se trata de un término desconocido en los Setenta, el cual sin embargo aparece en papiros con el significado de “filantropía religiosa”, la filantropía que se muestra entre los miembros de un conjunto social. Parecidos testimonios existen sobre el entorno religioso del Judaísmo de la Diáspora. Digno de mención, no obstante, es el testimonio del citado texto paulino sobre el tiempo de realización de la “colecta”: “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su poder y vaya atesorando lo que lograre ahorrar, no sea que cuando llegue yo, se hayan de hacer entonces las colectas” (1 Cor. 16, 2).

El consejo del Apóstol de reunir el dinero “durante los domingos”, de tal forma que la colecta no sea hecha precipitadamente, remite a la sinaxis litúrgica del domingo, es decir, a la realización de la Divina Eucaristía. Durante, pues, de la sinaxis eucarística dominical se manifestaba la obra filantrópica de la Iglesia primitiva. Y como resalta San Juan Crisóstomo, interpretando en citado fragmento del Apóstol, la disposición a la realización de la “colecta” ese día en concreto sería mayor en razón de la “comunión de los sobrecogedores e inmortales sacramentos” (San Juan Crisóstomo, Comentario a la Epístola a los Corintios, MPG 61, col. 368).

Este marco litúrgico de realización de la limosna justifica la terminología paulina sobre la citada acción filantrópica: “servicio sagrado” (λειτουργία), “comunión” (κοινωνία), “ministerio” (διακονία), “bendición” (ελογία), “gracia” (χάρις) y “fruto” (καρπός). Estos términos remiten probablemente a un marco religioso y no jurídico. Por esto, tal vez, el Apóstol utiliza tan sólo una vez el término “colecta” (λογία), término que es básicamente jurídico. Por otro lado, a la gracia de tomar parte en este socorro destinado a los santos (es decir la “colecta”, 2 Cor. 8, 4), San Pablo lo llama “bien acogida” (επρόσδεκτον), terminología que muy probablemente se aviene al significado del sacrificio litúrgico. Pero también en la Epístola a los Hebreos, el Apóstol proclama que la “beneficencia” (εποιία), es decir la atención filantrópica, constituye “sacrificio”, con el cual “se complace Dios”. La misma sacralidad sobre aquél que realiza la obra filantrópica se expresa en el caso de Epafrodito, el cual es llamado “empleado en atender la necesidad” del Apóstol Pablo.

Todos los testimonios citados demuestran que la “colecta” de las Iglesias de los Gentiles para la Iglesia-madre de Jerusalén no era solamente una forma habitual de filantropía social, sino que muestra el más profundo misterio de la Iglesia. Este ofrecimiento fue un “sacrificio de alabanza” hacia Dios, una ocasión de doxología eucarística a Él por Su gran beneficencia de aceptar a los Gentiles en Su Santa Iglesia.

C. El carácter teocéntrico-eclesial de la solidaridad social

El Cristianismo, como es sabido, no se dirige solamente a la mente del hombre, sino a toda su existencia. Por ello la fe cristiana no se limita a la aceptación de las verdades del Cristianismo, sino que incluye también su transformación en hechos y vida. La fe estéril e improductiva es caracterizada en el Nuevo Testamento como demoníaca: “También los demonios creen y se estremecen” (Sant. 2, 19). La verdadera fe cristiana se manifiesta con obras de caridad (Gál. 5, 6) y el ejercicio de esa caridad, como aplicación del contenido de la fe, constituye un distintivo fundamental de la vida cristiana.

Así pues, la caridad en el Cristianismo no se entiende como simple manifestación sentimental, sino como correspondencia al amor de Dios, que se hizo hombre, y como deuda al prójimo, que es imagen de Dios. Esta caridad se refiere a todo el hombre. Por ello, el apoyo en las necesidades materiales del prójimo constituye una manifestación obvia de la vida cristiana y consecuencia de la virtud de la filantropía.

Filantropía es el conjunto de actos y medidas tomadas, con los cuales se alcanza y sana el infortunio o la miseria personal o de grupo, material, ética o espiritual. Condición espiritual de la filantropía es el convencimiento sobre el que los hombres están obligados a ayudar al prójimo, el cual la necesita.

La filantropía se ha presentado a lo largo de los siglos en variadas formas. En el tiempo anterior a Cristo estaba poco desarrollada y la ejercía principalmente el Estado o también los ciudadanos.

El Cristianismo como religión, abierto a la asimilación de todo bien, tomó bastantes elementos del espíritu griego, y junto a las costumbres hebreas desarrolló su propia ética, la cual fue esencialmente teocéntrica. La filantropía resultó ser una virtud, la cual principalmente aspira a imitar la postura de Dios, más que como manifestación de sentimientos humanitarios o de compasión hacia los necesitados. La caridad cristiana, hacia la cual se aproxima el sentido antiguo de la filantropía, tomó un sentido más religioso en la Iglesia de los primeros siglos. La enseñanza que estableció el carácter teocéntrico de la filantropía fue la predicación del Señor “el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45/Mt 20,28). Así, el filántropo se convierte en siervo de Dios, como Dios tomó forma de siervo. Dios no manifestó su amor para el hombre por criterios egoístas, sino para que éste pudiera ser salvado. En ello se halla la base del altruismo, de la caridad desinteresada, de la filantropía cristiana.

El Señor enseñó a sus discípulos a amarse los unos a los otros, así como Él los amó (Juan 15, 12). Dios es el modelo y la creación ha de imitar a su Creador. De acuerdo a las palabras de Jesús: “Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros como yo os he amado; que también vosotros os améis mutuamente. En eso conocerán todos que sois discípulos míos, si os tuviereis amor unos a otros” (Juan 13, 24-35).

La predicación sobre el amor universal se convierte en la contraseña de los discípulos de Cristo y la piedra fundamental de la Iglesia primitiva. No constituía simplemente un concepto teórico abstracto, sino una virtud aplicada. Los creyentes son instados a ejercer la limosna hacia los necesitados, los extranjeros y los huérfanos, y a desarrollar el sentimiento de igualdad y justicia social y racial. El ejercicio de la filantropía no había de ser resultado de presiones, intenciones o criterios egoístas, sino fruto de la libre voluntad. Este concepto revolucionario sobre la filantropía inspiró entusiasmo por la realización de obras de caridad y se materializó con la instauración de múltiples fundaciones.

Además, la filantropía aspiraba a satisfacer no solamente al propio hombre caritativo, sino mayormente a la fuente misma de la filantropía: a Dios. La filantropía cristiana abrazó a todos los hombres, puesto que el hombre es la suprema creación de Dios. La diferencia entre el mundo antiguo grecorromano y el Cristianismo era que el primero consideraba al hombre básicamente como un ser social y político, mientras que el segundo como imagen de Dios el cual, como el hijo pródigo, fue llamado nuevamente a la casa del su padre a través de la filantropía del único verdadero filántropo por excelencia: Jesucristo.

La Iglesia Apostólica organizó instituciones filantrópicas y se ocupó de los pobres, de las viudas y de los huérfanos. Organizaba comidas comunes, y los cristianos impulsaban su ayuda para ellos, así como para con otros, en la Iglesia local. Creían ser miembros vivientes de un mismo cuerpo. El concepto de la caridad había tocado las almas de los creyentes en tal grado, que la filantropía activa se hizo tarea de todos. A los pobres se les consideraba, tal como mencionan los Cánones Apostólicos: “templos de Dios”, y fue introducido el sistema del diezmo, de tal modo que la Iglesia tuviera reservas suficientes para realizar su misión filantrópica. Los miembros de la Iglesia eran alentados a ofrecer los primeros frutos de sus cosechas, los llamados “aparjés” (παρχές), para los pobres.

La filantropía cristiana se institucionalizó muy pronto y el Obispo era responsable de tareas de organización para la filantropía de la Iglesia. Había que mostrar a los huérfanos el cuidado del padre, a las viudas la atención y la protección de los maridos, compasión a los discapacitados, ofrecer refugio a los extranjeros, alimento a los hambrientos, agua a los sedientos, visitar a los enfermos, ayudar a los presos.

La Iglesia fundó una gran tradición de obras filantrópicas, tal y como testimonian muchos textos históricos. La legislación eclesiástica aseguró la construcción de fundaciones filantrópicas, tales como hospitales, casas de caridad, asilos de ancianos e instituciones similares. La obra filantrópica de la Iglesia no era, sin embargo, tema de frío legalismo, que en teoría puede decir mucho pero en la práctica ser muy poco. Los creyentes no necesitaban leyes que los presionasen a manifestar su amor por el hermano que sufre. Desde el Obispo hasta el más simple de los creyentes, la filantropía constituía su atención diaria. En muchas ocasiones el Obispo se coloca al frente de sus fieles mostrando así el cuidado de toda la Iglesia por la filantropía. Toda la enseñanza ética de la Iglesia sobre la filantropía se desarrolló y fue incorporada a sus divinas liturgias, a los escritos patrísticos, a la enseñanza dogmática y a sus Cánones, y se unificó a todo ello.

No era raro encontrar a clérigos cuyo continuada atención diaria era ocuparse del hombre, del hombre considerado en su plenitud, y de lo que a éste afectase en su vida: Sus relaciones con la familia, con sus compañeros de trabajo, con la sociedad, con el Estado. Los Santos Padres de la Iglesia mostraban su atención por el hombre de diversas maneras y con diversas actuaciones. El desarrollo de la personalidad y dignidad de cada persona, joven y viejo, sano o enfermo, cristiano o no, era la principal ocupación de muchos clérigos y monjes. El camino que conduce a la divinización (θέωσις) final es la caridad-filantropía. Porque “tanto más ama uno a Dios, cuanto más se introduce dentro de Él”, tal como escribió Clemente de Alejandría (¿Quién es el hombre rico que se salvará?, cap. 27).

La filantropía estuvo muy desarrollada durante la época bizantina. Todos los grandes Padres de la Iglesia en su predicación recomendaban e incitaban la justicia y la realización de buenas obras. Los cristianos y la Iglesia hubieron de esforzarse en gran medida para el alivio de los desdichados y agobiados. Monumentos eternos de la cultura espiritual bizantina y particularmente de la conciencia social cristiana en los tiempos bizantinos son las diversas fundaciones benéficas y filantrópicas, las cuales fueron fundadas por la Iglesia y por el Estado y fueron inspiradas por el espíritu y el ejemplo luminoso cristiano eclesial.  Los grandes Padres fueron innovadores, introduciendo la organización sistemática de las fundaciones filantrópicas. San Basilio el Grande utilizó la herencia de los bienes de su madre, así como las grandes donaciones de sus amigos y conocidos ricos, y aún de su anterior enemigo el emperador Valente, para fundar un conjunto de instituciones: Hospital, orfanato, casa de ancianos, alberque para los viajeros pobres y los visitantes, y hospital particular para enfermedades contagiosas, conjunto en el cual se instaló el propio Basilio el Grande.

Con brevedad hemos de hacer referencia también a las leproserías, en las cuales encontraban atención los que padecían lepra, enfermedad muy extendida en aquellos tiempos. También era importante el número de orfanatos, los cuales estaban relacionados con los monasterios. San Gregorio el Teólogo (Homilía 42) hace referencia a éstos llamándolos “sistemas de huérfanos” (ρφανν συστήματα). Por último, los cristianos de los tiempos bizantinos se destacaban también en la obra misionera y filantrópica por excelencia, la salvación de aquellos que vivían una vida de pecado. Por este motivo fundaban las “casas de arrepentidas” (τάς Μετανείας), en las cuales se ofrecían las condiciones adecuadas para hacer retornar a la vida sensata a mujeres, las cuales vivían en pecado y del pecado.

La filantropía en tiempos posteriores continuó la brillante tradición de los tiempos pasados y sistematizó la obra social en todas sus formas. Toda esta obra fue desarrollada de manera importante y fue organizada por los diferentes países con la fundación de ministerios, instituciones y organismos especializados en el subsidio y la conciencia social.


 SALUDO DE SU EMINENCIA RVDA. POLICARPO, METROPOLITA ORTODOXO DE ESPAÑA Y PORTUGAL,

DURANTE LA PLEGARIA ECUMÉNICA EN HONOR  DE SAN VICENTE DIÁCONO Y MÁRTIR, PATRÓN DE VALENCIA

(Valencia, el 21 de enero de 2012)

 

Excelencias Reverendísimas,

Reverendísimos Padres,

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

 

Nos hemos reunido aquí en este templo monástico en oración común con ocasión de la conmemoración de San Vicente, diácono y mártir de la Santa Iglesia de Cristo, patrón de Valencia e hijo de la bendita tierra española y especialmente de Zaragoza, una de las primeras tierras y diócesis cristianas ibéricas. La palabra griega “mártys” define a la persona que está segura de su verdad y que da testimonio público de esa verdad. Nuestro diácono Vicente era una persona así. Poseía la verdad por excelencia, la verdad con V mayúscula y ha ofrecido su propia sangre voluntariamente, por esa Verdad eterna que es Nuestro Señor Jesucristo, el único Salvador y Redentor del mundo, el Hijo Unigénito y Verbo de Dios Padre. Por eso es un santo que se honra particularmente en Occidente y en Oriente, hasta el fin del mundo terrestre. San Agustín, este gran padre occidental de la Iglesia, elogia a San Vicente escribiendo de él: “Quousque vel Romanum imperium vel christianum nomen extenditur natalem non gaudet celebrare Vincentii?” (PL 38, 1257) y la Iglesia que está en Oriente canta cada 11 de noviembre, el día de su conmemoración litúrgica: “Salve, antorcha divina de España, gloria de Zaragoza, tesoro de Valencia; salve, inagotable torrente de milagros, bienaventurado Vicente, orgullo de diáconos”. El “mártir” y “santo” por excelencia es solamente Dios. Por eso en el Antiguo Testamento nos exhorta para hacernos también nosotros mártires y santos, como es Él. Testimonio y santidad son dos cosas inseparables en la vida del verdadero cristiano. Si no es mártir, es decir testigo, y santo, o por lo menos lucha continuamente por la santidad, no es un cristiano como Cristo y su Iglesia enseñan. Es un cristiano templado que será condenado como dice muy claro el Apocalipsis. El inolvidable Papa Juan-Pablo II, el Papa de los dos pulmones de la Cristiandad, uno oriental y uno occidental, inaugurando los festejos del gran Jubileo de los 2.000 años del nacimiento según la carne de Nuestro Salvador Jesucristo, había tenido particular mención de los santos mártires de la fe en Cristo, los cuales llamó “puente de unidad” entre los cristianos, un puente firme y seguro. En los tiempos antiguos los verdaderos cristianos sufrieron el “martirio de sangre”; hoy sufren el “martirio de la conciencia”, que según los Santos Padres de la Iglesia es más fuerte y doloroso del “martirio de sangre”, porque el de conciencia es continuo y insistente. Vivimos en una época de enorme crisis espiritual y moral. La superación de esta crisis se hace a través de la fe firme en Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nacido nuevamente hace pocos días “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, reforzados por los eternos e inmortales ejemplos, que son sus Santos Mártires, como San Vicente diácono, patrón de Valencia.     Por sus intercesiones, Cristo Nuestro Dios, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amen.

 

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SALUDO DE SU EMINENCIA RVDMA. POLICARPO, METROPOLITA ORTODOXO DE ESPAÑA Y PORTUGAL

Y EXARCA DEL MAR MEDITERRÁNEO, DURANTE LA DIVINA LITURGIA HISPANO-MOZÁRABE

EN OCASIÓN DE LA SOLEMNIDAD DE SAN ILDEFONSO,  OBISPO Y PATRÓN DE TOLEDO

(Catedral Primada de Toledo, el 23 de enero de 2012)

 

Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Metropolitano de Toledo y Primado de España Don Braulio,

Reverendísimos Padres,

Estimadas Autoridades,

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

 

Nos hemos reunido aquí en esta majestuosa Catedral Primada de Toledo celebrando la solemne conmemoración de San Ildefonso, gran Padre de la Santa Iglesia de Cristo, obispo y patrono de Toledo, una de las primeras tierras y diócesis cristianas ibéricas, en la antigua y venerable liturgia hispano-mozárabe, hija de la liturgia siriaca oriental.

La palabra "γιος-santo" en la lengua griega antigua indica una persona distinguida, una persona que se distingue de las otras. Estas personas son distinguidas, es decir santas, porque su vida se distingue por la continua oración y contemplación mística, la iluminación interior, la purificación del corazón, la visión de Dios (θεωρία-theoría), el hacer milagros, y para usar el lenguaje de los Santos Apóstoles por la participación en la santidad de Dios.

La santidad no es una virtud humana, sino un don del Espíritu Santo. Los Santos poseen la Gracia porque están unidos continuamente al Dador de cada don perfecto y al Padre de la Luz sin ocaso. La Gracia de Dios que habita en los Santos, toca también su cuerpo y la creación, y por ese motivo sus reliquias tienen también la Gracia de Dios y son fuente de milagros. Esta Catedral Primada es un lugar que irradia mucha Gracia por medio de las reliquias de San Ildefonso, este gran Padre occidental de la Iglesia Universal, que las guarda con celo divino.

La santidad es comunión con Dios Trino dentro del Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia, fuera de la cual no existe salvación, como dice otro gran Padre occidental de la Iglesia, San Cipriano de Cartago. Cuantos participan en la acción divinizadora de Dios se hacen templos vivos del Espíritu Santo, es decir, Santos, Confesores y Mártires. Dios, el Santo por excelencia, nos exhorta en el Antiguo Testamento a hacernos también nosotros santos, como Él es.

La santidad está relacionada con el martirio, el testimonio. Son dos cosas inseparables en la vida del verdadero cristiano. Si no es μάρτυς-testigo y santo, o por lo menos lucha continuamente por la santidad, no es cristiano como Cristo y los Santos Padres de la Iglesia, orientales y occidentales, comúnmente enseñan. Es un cristiano templado que será condenado como dice muy claro el Apocalipsis.

La Solemnidad de San Ildefonso de Toledo coincide dentro de la “Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos”, por la cual con tanta fuerza e insistencia han luchado los Santos Padres de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, entre los cuales dominan ilustres santas personalidades ibéricas, como Cecilio de Granada, Osio de Córdoba, Paciano de Barcelona, Braulio de Zaragoza, Gregorio de Elvira, Leandro e Isidoro de Sevilla, Julián e Ildefonso de Toledo, Martín de Braga, Potamio de Lisboa, Dámaso de Roma.

El Beato Papa Juan-Pablo II, el Papa de los dos pulmones de la Cristiandad, uno oriental y uno occidental, inaugurando el gran Jubileo de los 2.000 años del nacimiento según la carne de Nuestro Señor Jesucristo, el único Salvador y Redentor del mundo, el Hijo Unigénito y Verbo de Dios, hizo particular mención de los Santos de la fe en Cristo, mártires, confesores y padres, los cuales llamó “puente de unidad” entre los cristianos de hoy, un puente firme y seguro.

En los tiempos antiguos los verdaderos cristianos sufrieron el “martirio de sangre”, como Eulalia de Barcelona, Vicente de Valencia, Hermenegildo príncipe, Eulogio y Lucrecia de Córdoba, Esteban de Cádiz, por mencionar los más ilustres mártires hispanos que son honrados también en Oriente. Hoy los verdaderos cristianos sufren el “martirio de la conciencia”, que según los Santos Padres de la Iglesia es más fuerte y doloroso del “martirio de sangre”, porque el de conciencia es continuo e insistente.

Vivimos en una época de enorme crisis espiritual y moral principal y segundariamente económica, que es hija de la primera. Reina la apostasía, como en los tiempos del antiguo Israel. La superación de cada crisis se hace a través de la fe firme en Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nacido nuevamente hace pocos días “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, reforzados por los eternos e inmortales ejemplos y guías, que son nuestros Santos, como San Ildefonso, obispo y patrón de Toledo.

Por sus santas intercesiones, Cristo Nuestro Dios ten piedad de nosotros y sálvanos. Amen.